© Álvaro Rendón Gómez, agosto 2010
La ilustración adjunta muestra esta obra escultórica del barroco italiano, encargada por la familia Cornaro para la capilla familiar en la iglesia de Santa Maria della Vittoria. La santa fue canonizada por Pablo V en 1614, en el mismo año que san Ignacio de Loyola y san Francisco de Borja, como parte de la propaganda iconoclasta a raíz de la Contrarreforma de Trento. Santa Teresa aparece representada en el momento en que presiente el dardo del amor divino que atravesará su corazón. El ángel, sonriente, contempla con descaro a la santa, arrobada de éxtasis. Bernini domina los afecti, las expresiones entre el dolor y el placer de la santa que experimenta un enorme placer. Otro aspecto a tener en cuenta en la obra es el tratamiento dado a las diferentes texturas de la toga de la monja, la mórbida del cuerpo del ángel, la esponjosidad de las nubes, etcétera; en un intento por recrear sensaciones pictóricas a través del tacto visual.
El “Éxtasis de santa Teresa” consagró definitivamente a Bernini y, al mismo tiempo, contribuyó a su descrédito. Charles Oz Brosse, en sus “Cartas Familiares”, en 1739, habla de amor mundano, no místico, en el placer que experimenta la santa. Habla abiertamente de orgasmo físico; pues la dirección del dardo de oro, como se observa en la ilustración, no se dirige al corazón de la santa, sino más bien a otras partes menos púdicas.
Al tratarse de una obra escultórica, los diferentes puntos de vista podrían hacer variar el análisis diagonalizado posteriora. No obstante, la disposición de la misma en el retablo de la Iglesia, no admite otros diferentes del que muestra la ilustración que se adjunta. Vista la composición, se observa la posición a medio tumbar de la santa, extasiada por el rayo que está a punto de atravesarla. El ángel, erguido, toma impulso, busca el punto exacto entre el ropaje, que como un oleaje de tenebrosas arrugas baña a la santa, y levanta la mano derecha con suavidad, recreándose en el gesto. Al mismo tiempo, con la izquierda levanta un pliegue del vestido de la santa y le dirige una mirada tierna, de elegida para tal alta distinción. Señala, con disimulo, el lugar del impacto. La santa, ajena aunque deseosa de lo que ocurrirá, se entrega en cuerpo y alma.
Desde un análisis diagonalizado, se observa que la obra emplea un enlace Fuerte desde abajo; tal vez, para potenciar el sector triangular espiritual, y así destacar el diálogo mudo que entabla el ángel con la santa; probablemente, para desviar tal vez, la atención del espectador de otros detalles más escabrosos. La vista del espectador se inicia en el vértice inferior izquierdo, ayudada por las nubes algodonosas que Bernini coloca en el vértice correspondiente; continúa por el largo
pliegue del vestido, siguiendo el sentido armónico de la diagonal armónica que la conduce directamente al rostro de la santa. Ella tiene la cabeza ligeramente desviada lo que acentúa la indiferencia de lo que está ocurriendo a su alrededor. A la vista no le queda más remedio que buscar el motivo de esta indiferencia, de este doce tan intenso. Recorre la dirección del lado superior y se topa con la cara sonriente del ángel, que la devuelve al rostro de la santa. En esos momentos, todo parece diáfano y comprensible. Lo demás que pueda haber entra en la categoría de detalles para expertos, cotilleos de curiosos. La expresión pretendida por el artista se ha logrado de manera infalible y certera. Esta primera fase de la lectura se ha indicado en la ilustración como L1.
Durante el recorrido de salida, la vista se pasea siguiendo el sentido armónico de la diagonal inarmónica, hasta desvanecerse por el vértice inferior derecho. Durante el mismo sólo encuentra pliegues, un caos de arrugas, una agitación incontrolada, que coincidirá con el sector triangular material (pV1-pC-pV2) donde se halla. Aunque, al producirse en la salida de la visual, pasa desapercibida, como un mal menor necesario para destacar lo que el espectador ya ha visto: el encuentro espiritual entre dos seres únicos. Aún no ha descubierto el dardo de oro.
Será durante una segunda lectura, de recreo, más lenta y de comprensión más profunda. Es entonces cuando observa la dirección del dardo; el supremo placer reflejado en el rostro, la sonrisa complaciente, la posición recostada de la santa, la leve inclinación del ángel que acaba de dar un paso al frente a punto de tomar la decisión, la mano relajada de la santa, abandonada… El tiempo, detenido en el mármol de Bernini, aguarda la imaginación del espectador para completar lo que tan elocuentemente se muestra.
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