«Adoración de los pastores», de Jacopo Bassano (1575)

© Álvaro Rendón Gómez, agosto 2010

La obra actualmente en el Museo del Prado. El artista, más conocido como Giacomo da Ponte, ha dividido la composición en dos zonas, claramente diferenciadas por la luz. Una, superior, espiritual, donde un coro de ángeles rasga la oscuridad del mundo para permitir la entrada de la luz divina. Otra, inferior, material, iluminada por la luz cenital que resbala por los hombros de los personajes e incide de lleno en las ropas blancas que visten el pesebre. El reflejo de la primera luz, al incidir sobre los protagonistas iluminan el fondo difuso.

La lectura que sugiere el artista es una variante de la normal. Se ha estudiado como enlace ascendente desde la izquierda. De este modo, la línea perceptiva entra por el vértice inferior izquierdo y se dirige directamente al polígono de luz que conforma el grupo de ángeles, que es el elemento más atractivo. Este polígono flota por estar próximo al lado superior. Una vez captada la zona superior, la línea de lectura sigue la dirección que marca la luz que mana de la herida practicada al cielo brumoso y negro. Moviéndose como cualquier rayo, se precipita sobre el hombro de san José que aparece ligeramente inclinado, con la mirada clavada en el recién nacido. La luz que irradia de los pliegues de la sábana blanca que arropa al niño, en forma de “uve”, es más blanca, más intensa, permite al espectador contemplar el resto de la escena. La salida la tendrá por algún punto del lado débil (iz).
Obsérvese como la pierna arrodillada del primer pastor, próxima al vértice inferior derecha, no parece sugerir una segunda lectura, sino la salida lógica del cuadro. Esto es así porque el triángulo que conforman los tres personajes iluminados de la zona inferior impediría que viese lo que ocurre en la zona superior, algo impensable al ser el punto de máxima atención. Aunque es demasiado reiterativa esa insistencia de lineas que sugieren direcciones de derecha a izquierda, que representaría un intento del artista de impedir que el espectador se despiste contemplando otras partes del cuadro que, intencionadamente, ha dejado en penumbras. El mensaje parece insistir en el misterio divino. La luz de dios baja a la Tierra y se humaniza eligiendo aquel sitio ruinoso, sombrío y pobre.

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