Cuarta carta al alcalde de Sevilla

© Álvaro Rendón Gómez, junio 2010

Excmo Sr. Alcalde de Sevilla, amo Sevilla pero no puedo decir que como usted. Deseaba un buen alcalde para ella, que la amara y la cuidara, conservando los encantos que ninguna otra ciudad tiene. Porque, ¡para qué quiero una ciudad como Nueva York a orillas del Guadalquivir, una ciudad como Chicago pegada al Aljarafe, o un Transvaal con sol de oro como este de Andalucía… Mire usted, Sevilla es como es; sencillamente la envidia de oriente y occidente. Y resulta que nos toca por esas cuentas que echa el diablo y la mala suerte un alcalde como usted, que nada más hay que verlo para saber lo que le gusta y le disgusta y cómo obtendrá lo que le gusta y como despreciará lo que no le gusta. Ya digo, que la cara es el reflejo del alma y usted de alma sevillana más bien poquita, ¡para qué engañarnos!

Si alguien me convenciera de que todo cuanto usted hace es por amor a Sevilla, vería que en ese caso se estaría produciendo una relación sado-masoquista, malsana y desviada porque no es así como la gente se aman, señor; que Sevilla no es así, que a ella le gusta el mimo y el piropo, no el desgarro y el insulto, que no quiere amores de esos; como tampoco quiere alcaldes que la quieran por el interés; y, últimamente, cada vez se le arriman más pretendientes de estos últimos.

No puedo entender esos proyectos faraónicos, sr. alcalde. Esas obras de años que arruinan las arcas y nos somete a unas subidas de impuestos cada vez más de gran ciudad. ¡Si fueran de piedra, hormigón o materiales duraderos! Pero es que usted se empeña en gastarse varias fortunas en levantar una especie de «portada permanente de feria», con cuatro tablas carísimas. No se da usted cuenta que eso es una estupidez como una casa, que eso se cae, que eso no dura, que le han engañado, sr. alcalde… Tanto le cuesta entender que ese dinero le hubiera venido mejor para seguir reservando parcelas de Sevilla para vuestro exclusivo uso y disfrute; porque el ciudadano no es tonto como usted se cree y se da cuenta que cada día es más difícil transitar por Sevilla, que aumentan las calles reservadas para la gente del Ayuntamiento, con acceso restringido a los vehículos oficiales, coches de representación y enterados con el sellito de NODO pegado en un lateral que, por lo visto, es como la gula «que pueden comer carne cuando los demás nos tenemos que contentar con pan y agua» (más agua que pan).
Tampoco puedo agradecerle el que siempre contrate a los técnicos más torpes y más caros del planeta cuando el Consistorio que dirige (porque lo dirige usted, ¿verdad?) decide estudiar un problema «acuciante», como el tráfico o vuestra propia gestión administrativa (que no se puede definir más que como caótica). En cuanto a las actuaciones geniales de tráfico, basta con acercarse a Luis Montoto. Desde luego le ha venido de escándalo al fabricante de separadores de plástico (¿llegan a los mil?), que hizo su agosto, septiembre y octubre con la súper-venta (¿habrá que preguntarle si ya ha cobrado la factura?). Acérquese, señor, y mire esa maravillosa avenida con aceras valladas y acceso cero del usuario que desea coger un taxi, tanto para el ciudadano normal como el impedido, con esa entrada a Clínica Santa Isabel que da vergüenza ajena, con ese maldito carril bici que impide el aparcamiento de ambulancias (ni urgentes, ni normales). Pero, vamos a ver, ¿cuántos bicicleteros usan los carriles bicis, señor alcalde? Si los veo que pasan de ellos, y que tampoco lo usan los de las motos (otro día hablamos de esos «intolerantes de las dos ruedas»)

Esta ciudad precisa pequeñas actuaciones técnicas y mano dura para que los que sistemáticamente no cumplen las normas, lo hagan; Sevilla está cansada de tantas genialidades políticas que deslumbren al electorado dos meses antes de cada nueva elección y después se quede como esa plaza de la Encarnación, botón de muestra de su insultante actuación. Y que conste que no le pregunto, aún, cuánto llevamos gastado en esos palos pegados con cola Glump. Estamos cansados de “plazas de diseño», pasto de los jóvenes con patinetas y patines que se cargan el enlosado de mármol (¡a quién se le ocurre poner mármol en una plaza!),  “carteles progresistas” que no se saben qué ensalzan, anuncian o proclaman; de “metros” que no llegan a dos centímetros, anunciando detergentes por las zonas elegantes de Sevilla (¡es que no hay vergüenza en esa casa de todos, señor alcalde!)

Hágame un favor (otro favor, si quiere): Deje usted las grandes líneas de actuación política para jugar, sobre el papel, a ser político; olvídese de los juegos de mano, de los circunloquios, de las promesas con sorpresas desagradables, con demasiadas contradicciones y pésima administración de lo público. Despida esos consejeros que aconsejan mal (¡aproveche ahora que el Gobierno ha abaratado los despidos!); no se quede con esos maquilladores de imagen, ilusionistas del voto agradecido y del despistado, y sea usted sincero con Sevilla por dos razones: Porque nadie ensucia su propia casa y porque nadie debe ensuciar la casa ajena. Quiero decir que, tanto si se cree sevillano como si no lo es por lo que parece, no ensucie el nombre de Sevilla, señor. Sea sevillano por un día y pateee como ciudadano esta Sevilla que nos está dejando: un disparate de tráfico, inseguridad e  impunidad en el incumplimiento de las normas, impuestos asfixiantes e impedidos a salir del zaguán de la puerta por miedo a ser atropellado por una bicicleta, una moto o una furgoneta de reparto que se sube a la acera. Empiece a mimar a Sevilla, o seguiremos esperando al alcalde que cumpla lo que usted, y otros alcaldes como usted, nos prometieron con tanta alegría e insistencia: «Una ciudad de las personas», ¡ahí es ná!

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