«La muchacha ciega», de Millais, Birmingham Museum and Art Gallery

© Álvaro Rendón Gómez, agosto 2010

omo si se tratase de una madonna renacentista, la expresión sosegada de la “La muchacha ciega”, (1854-65), de Sir John Evertt Millais, Birmingham Museum and Art Gallery, recuerda a los grandes maestros italianos; aunque con el regusto del más reciente expresionismo inglés, que beberá de las fuentes clásicas de Rafael de Urbino. La escena sorprende a Millais en Sussex, concretamente en Wilchelsea, en plena campiña del sur de Inglaterra, de donde toma apuntes del paisaje; pero el cuadro lo pinta en Escocia, en la localidad de Perth, donde vivía. El rostro de la joven es el de Effie, esposa del pintor. Como no soportaba el sol, Millais tuvo que recurrir a modelos locales para terminar el cuadro.
La obra huele a hierba mojada. La lluvia ha cesado hace apenas unos instantes. La línea de horizonte a tres cuartos del formato, como en los mejores paisajes de Constable, muestra un amplio arco iris, como una nueva alianza con la civilización marca el fondo aún tenebroso de la tormenta que se aleja. En oposición, la joven, en primer plano, siente la brisa en silencio, atenta al piar de las aves que se pelean por los granos, incapaz de corresponder a la muchacha que hace de lazarillo que se ha vuelto para contemplar la bondad del día. Millais parece recrearse en esta desgracia, acumulando detalles que cargan de dramatismo la escena de indefensión de la ciega: El acordeón, el ramito de flores blancas que porta en su diestra, las briznas de hierba que roza con sus dedos indican al espectador los sentidos que sí ha desarrollado.

En las líneas de composición destacan las horizontales, de los cortes de los diferentes sembrados, del camino en primer plano y del poyete donde se sienta la ciega. El grupo de figuras conforman una triángulo isósceles, de gran estabilidad; así como, el espacio rectangular material que ocupa prácticamente todo el cuadro. Esa masa de amarillo, que podría cansado al espectador, se compensa con los azules de Prusia del fondo, una pesada masa de oscuros que, al situarse en la zona rectangular espiritual, podría desestabilizar la composición; aunque, al limitarla a la cuarta parte del cuadro, reduce los efectos de pesadez, de lastre…
La línea de lectura visual entra por un punto del lado inferior, alineándose con el brazo caído de la ciega, que forma uno de los lados del triángulo compositivo. Se detiene en el rostro de la joven y busca las porciones de arco iris para salir del cuadro. Una segunda línea visual, de recreo, entraría por el vértice inferior derecha, facilitado por la pierna de la joven-lazarillo, hasta llegar al rostro de la joven ciega y continúa hasta la arboleda del horizonte que se halla pegada al lado débil. Desde ese punto buscará el arco iris para salir. Ambas líneas de lectura no hacen más que utilizar el motivo central de la obra, el rostro de la ciega, como punto de referencia que, además, es el que compensa todas las tensiones del cuadro.
Si se observa detenidamente, la masa oscura del cielo tiene el mismo peso que las masas de pardos y azules de las ropas de las figuras, siendo el rostro de la ciega el punto de equilibrio de ambas fuerzas. Algo similar ocurriría entre los arbustos verdosos de la izquierda y el caserío con vegetación que aparece en la derecha, ambos compensados por la línea de equilibrio que pasa por los arbustos verdosos del centro y por el rostro de la ciega.

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