© Álvaro Rendón Gómez, agosto 2010
También denominado “Autorretrato”, Paul Gaugin (1888), Museo Nacional van Gogh. Quizás sea esta una de las primeras obras en las que Gaugin juegue con el simbolismo, retratándose en primerísimo plano, y mostrándose como un bandido de la obra de Victor Hugo. El fondo de papel pintado con flores es todo un símbolo de la pureza que siente el artista con la amistad de Bernard que aparece retratado a la derecha. El color elegido para el fondo es el amarillo cromo, aplicado de forma plana, como una estampa japonesa, creando un efecto de mucho calor. El retrato es patético y desesperado. Gaugin muestra el estado de ánimo en el que vive: Evadido de la realidad, borracho y ausente.
En cuanto a la composición elegida, según los recorridos de la línea de lectura, se trata de un enlace denominado ascendente desde la izquierda.
La lectura normal del plano sólo permite ver una masa oscura, una chaqueta parda de contornos imprecisos y formas que se difuminan para no oponerse demasiado a la entrada de la línea de lectura. Esta masa oscura se recorta de un fondo agresivo, una pared decorada con papel pintado amarillo y grandes flores blancas dispuestas geométricamente, sobre la que se halla un cuadro de color verde, de máximo contraste.
Una vez dentro del cuadro, la línea de lectura se dirige a los ojos entreabiertos del personaje principal. Instantes después, sale por el vértice inferior derecho. Si la intención del artista fue la que se ha narrado, la consideramos muy pobre, como un ejercicio vano.
Gaugin es mucho más inteligente y establece una nueva entrada, más misteriosa, al alterar la línea normal de lectura. Esta nueva variante se ha señalado como L2 y se dirige directamente a lo más intrigante de la obra: La mirada del artista. Ante ella, el espectador se pregunta: ¿qué ocurre, cómo lo soporta, por qué este estado tan lamentable? Gaugin vive momentos muy duros. El éxito no llega y vive de la caridad de algunos amigos. Aunque está sumergido en una atmósfera miserable e incómoda, la acepta de mala gana; de ahí el asombroso contraste entre la inquietante mirada del artista que rompe la geometría repetitiva del entorno floral difuminado, el cuerpo sombrío, gris-pardo, y la postura echado hacia adelante en un deseo de salirse del ambiente que le asfixia. Si resiste es por la esperanza del futuro (¿las flores abiertas hacia arriba, con apenas unas ramas con hojas oscuras?) y, sobre todo, por el estilo que desea imponer a través de su obra: empecinado y duro, de fuertes contrastes, nuevo y distinto a lo que hay. ¡Para qué repetir un estilo que se agotó con el clasicismo!
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