©Álvaro Rendón Gómez, Abril 2011
«Supe de ti, primero, magnánimo ateniense,
héroe y divinidad ante los muros
sacrosantos de Troya, frente a la mar de Cádiz,
en las mismas arenas y al pie del mismo río
adonde tú, tal vez patrono y marinero
de las naves de Ulises, llegaste una mañana.»
Menesteo. Fundador y Adivino.
(Rafael Alberti. Ora Marítima)
La Historia del Mundo Antiguo está marcada por celos y venganzas, consecuencias de amores imposibles entre dioses y hombres. Así, para que Menesteo emprendiera la travesía mediterránea que le llevase a los confines del mundo conocido, sobrepasara la bocana de la bahía de Cádiz y arribara en las benditas costas de nuestro Puerto, junto al río Criso, posteriormente Guadalete, tuvieron que suceder dos historias apasionantes: La de Teseo, rey de Atenas, y la de Paris, príncipe de Troya; ambos enamorados de una mujer marcada por la fatalidad, Helena
El destierro de Teseo
La historia de Teseo comienza cuando conoce a Pirítoo y se juran amistad eterna. Juntos traman casarse con dos hijas de Zeus: Teseo con Helena, que aún era una niña, y Pirítoo con Perséfone. Para ejecutar el plan, viajarán primero a Esparta y raptarán a Helena cuando asista al templo de Ártemis Ortia, situado entre Limnai y la orilla occidental del río Eurotas, durante los rituales en honor a Ortia, la diamastigosis, o la flagelación de efebos (descrita por Plutarco, Jenofonte y Platón). Adultos armados de látigos apilaban quesos sobre un altar. Los jóvenes debían conseguirlos, desafiando los latigazos.
El rapto debió ocurrir en una mañana soleada. La noche había refrescado y el sol matinal se agradecía. Teseo y Pirítoo visitaron el templo, raptaron a Helena y huyeron a la ciudad arcadia de Tegea. Para despistar a los hermanos de Helena, los atenienses se refugiaron en la aldea Ática de Afidnas, donde esperarían a que Helena alcanzase la edad núbil. Mientras tanto, bajaron al Hades y buscaron a Perséfone, dejando a Helena al cuidado de Etra, la madre de Teseo, que no tuvo más remedio que cederla a los Dióscuros, los hermanastros de Helena, que la rescataron
Cumplidas las promesas, y de regreso a Atenas, Teseo descubrió que su primo Menesteo, apoyado por los hermanos dióscuros, se había apoderado del trono. Entonces, temiendo la reacción de los gemelos espartanos, se refugió en Skyros, bajo la protección del rey Licomedes, antiguo amigo y aliado. El recibimiento del héroe ateniense fue espectacular; de ahí que, Licomedes, considerándolo una amenaza, lo asesinara.
Juicio de Paris
Ocurrió durante el banquete de bodas entre la ninfa Tetis y el rey Peleo [Ilíada, XXIV, 25–30]. Eride, diosa de la Discordia, enojada porque no fue invitada al enlace, dejó una manzana de oro sobre la mesa de los invitados. La fruta llevaba la dedicatoria en griego «Kallisti»: «Para la más bella». Estaban presentes las diosas Hera, Atenea y Afrodita, que se dieron por aludidas, ensalzándose en un debate imposible, sobre quién era la destinataria de la manzana. Zeus zanjó la discusión encomendando a Paris la elección de la vencedora. No le resultaría fácil porque todas trataron de persuadirlo ofreciéndole importantes recompensas. Hera le prometió todo el poder que pudiera desear; Atenea, la sabiduría y la victoria en cualquier guerra; Afrodita, el amor de Helena de Troya, que ya era mujer y conservaba la fama de ser la mortal más bella sobre la Tierra.
Paris declaró vencedora a Afrodita. De este modo, ayudado por la diosa del amor, se dirigió a la corte de Menelao, enamoró a Helena, convertida en esposa y reina de éste, y la volvió a raptar. Además, se llevó consigo la mayor parte de los tesoros reales. [Grimal, Pierre: “Diccionario de mitología griega y romana», edit. Paidós, págs. 351-352]
Helena de Troya
¿Quién era Helena de Troya, con fama de mujer fatal?
Según la mitología griega, era hija de Zeus y Némesis. Zeus siempre se las ingeniaba para yacer con diosas, semidiosas y mortales; algo que enfadaba a Hera, su legítima esposa, que se vengaba de las amantes y de sus descendientes.
Para yacer con Némesis, Zeus no escatimó ingenio. A pesar de que la diosa, para evitarlo, se convirtió en oca, el padre de los dioses lo hizo en cisne y consumó la unión. Nénemis, embarazada, huyó a Esparta, donde depositó un huevo que encontró Leda, esposa de Tíndaro, rey de Esparta, que ya tenía dos hijos, los dióscuros Cástor y Pólux, y una hija, Clitemnestra.
Menesteo, rey de Atenas
Tras 30 años de reinado, en el 1204 a.C., Teseo, bisnieto de Erecteo II de Atenas, tras el primer rapto de Helena, pierde el trono que lo usurpa su primo Menesteo, hijo de Péteo. [Greves, Robert: «Los mitos griegos», Ariel, 2007, pág 127]. El fin de Teseo, ya lo sabemos, murió a manos de Licomedes. Según unas versiones, fue empujado al precipicio cuando contemplaba la ciudad desde un acantilado; según otras, la caída fue accidental.
El reinado de Menesteo fue despótico y demagogo. Pensando que los dióscuros le ayudarían a obtener los favores de Helena de Troya, convenció a los atenienses para que los acogieran como benefactores y libertadores de la ciudad, algo que enfadó a príncipes y duques, que aguardaron la mínima distracción para arrebatarle el trono.
Prolegómenos de la guerra de Troya
Nunca pudo imaginar el rey de Troya que su decisión de casar a Helena atrajera a lo más selecto de la Hélade. Temiendo que la elección acarrearía enemistades entre los pretendientes rechazados por la bella princesa, determinó aceptar el consejo de Ulises que, a cambio, obtuvo la ayuda de Tindáreo para casarse con Penélope. El consejo consistía en organizar pruebas que ayudasen a Helena en la elección. Antes debían aceptar la decisión de la joven y jurar sobre los restos de un caballo descuartizado que acudirían en auxilio del elegido si alguien la raptaba (algo sabría Ulises de las maquinaciones de Paris y Afrodita).
La primera prueba consistió en una carrera de barcos de remos entre Menesteo, Sergesto, Cloanto y Gias. Al toque de trompeta, se lanzaron al mar y remaron. Gias iba el primero, pero se topó con un peñasco y no pudo continuar. Enfadado con su timonel, lo arrojó al mar. Cloanto tomó la delantera y se proclamó vencedor. Menesteo llegó después, por delante de Sergesto.
En la prueba de acertar con un tiro de arco a un ave que pendía de un mastil, Menesteo cortó la cuerda, pero fue Acestes quien venció.
Tras las pruebas, Helena eligió a Menelao, hermano de Agamenón que, a su vez, se casó con Clitemnestra.
Menesteo, comandante griego
Heinrich Schliemann, Ilíada en mano, exploró la costa de los Dardanelos buscando el emplazamiento de la ciudad de Troya. Tras un tiempo analizando diversas colinas, dedujo que sólo podía hallarse en la de Hissarlik. El rico alemán la compró, e inmediatamente comenzó a excavar. No descubrió una Troya, sino nueve, una encima de otra. La duda sobre cuál de ellas había sido la destruida por los griegos surgió entre Troya 6 y 7. Por los datos que se lograron extraer del yacimiento, la sexta pudo ser destruida por un terremoto y la séptima por un incendio, en una fecha cercana al 1200 a.C., fecha en que ocurrió el cerco de Troya, después de diez años de sitio (aunque, en el relato homérico éste sólo habría durado cincuenta y un días).
Durante la guerra que sucedió en las playas de Troya, los combates se produjeron a pie, cuerpo a cuerpo, utilizando lanzas, picas, arcos y espadas. Uno de los comandantes de vanguardia fue nuestro fundador, Menesteo. Sobre el caudillaje de Menesteo algunos investigadores [Malcolm M. Willcock: «Iliada»; Hardcover, Nelson Thornes Limited, sobre todo] lo dudan, y creen que es un personaje desconocido; pues, el que debía figurar como caudillo de los atenienses era Demofonte, al que Homero desconocía. Para Quinto de Esmirna, en cambio, en el sitio de Troya participaron ambos: Demofonte y Menesteo [«Posthoméricas», editorial Gredos, Madrid, 2004]; por ello, la participación de Menesteo en la Guerra de Troya queda refutada por las diversas citas de Homero en la Ilíada [Edaf, 2001]. Por ejemplo, en la página 97 dice que, «después de oír sus palabras, el Atrida, muy complacido, siguió revistando a sus caudillos y encontró al egregio caballero Menesteo, hijo de Peteo, erguido entre los atenienses, duchos en el arte de la guerra, y cerca del prudente Ulises y los aguerridos cefalenios, que no habían oído los gritos del combate ni podían adivinar que hubieran sido rotos los juramentos.» En el canto II, hexámetros 546 a 556, Homero asegura de «Menesteos Peteida, que era un hombre que no tenía igual entre todos los hombres, y a su mando tenía cincuenta navíos oscuros.» Después, en IV, 327 a 364, lo describe como «hijo del rey Peteo, de pie hablando con los atenienses, experto en guerras.» Además, en la epopeya clásica, se describen numerosas intervenciones durante la contienda. Asi, en el Canto XII, hexámetros 331 a 333, se dice que «cuando los vio llegar (a los licios) se asustó Menesteos Peteida, que a su torre acudían llevando la muerte consigo. Desde lo alto del muro miró a los aqueos en torno por ver si algún caudillo podía ayudar a su gente; y vio a entrambos Ayax, insaciables de lucha, y a Teucro al salir de la tienda y de él todos estaban muy cerca.» O en el XIII, 689 a 690: «Allí a los atenienses selectos mandaba primero Menesteos Peteida y seguíanle luego en el mando Fides y luego Eusiquio y el bravo Biante.» «Áyax, arrastrado como por un impulso de fatuidad, entra en la lid con la cabeza descubierta y sin armadura, empuñando sólo una espada, como privado de toda protección. Los demás caudillos griegos –Diomedes, Menesteo, Menelao, Ulises y Agamenón– con sus huestes perfectamente alineadas, ocupan sus puestos frente a los troyanos. El rey Príamo, después de ordenar estratégicamente sus escuadrones y sus secciones, mandó y dio la orden de cargar contra los griegos.» «Entonces Menesteo, duque de Atenas, entró en combate junto con tres mil guerreros, y avanzando con toda aquella hueste desde el ala izquierda llegó hasta el cuerpo del ejército de Frigia, en el que estaba Troilo, y que presionaba sobre el contingente griego.» «Así puso Aquiles fin a su parlamento. Pero el rey Toante y Menesteo, duque de Atenas, se oponen a Aquiles con un torrente de palabras de desaprobación.»
Y aún hallamos numerosas citas en la novela “Menesteos. Marinero de Abril” [edit. Alacea, México, 1965, 1ª edic.] de María Teresa León donde narra en un lenguaje poético una de las intervenciones de Menesteo: «Los caballos ciñeron el anillo del vegetal. Algo perseguían tenaces y violentos. Pateaban la tierra del naranjal sin importarles las sagradas flores que nevaban su asombro. Aullaban. ¡Ah, que los hombres conocieron las artes de perseguir antes que las de comer! Menesteos buscó refugio con la vista. ¿Donde guarecerse? ¿Hacia dónde huir de la guerra, ese traje escarlata de los hombres? Y otra vez se sintió dentro del estruendo olvidado, otra vez la sangre tomó el puesto del vino de las jarras, otra vez enmudeció de alegría (pág. 98).»
Menesteo y el caballo de madera
El asedio ya duraba demasiado. Griegos y troyanos habían combatido duro frente a las murallas de Troya sin que ninguna de las facciones lograra ventaja sobre la otra. En vista de lo cual, los griegos, conocedores del culto troyano hacia el caballo (el juramento de fidelidad se hizo sobre los restos de uno de ellos), construyeron en secreto un enorme caballo de madera. Medía once metros de altura y tenía el aspecto de un ídolo. Lo acercaron a la muralla y lo abandonaron. Después, tomaron rumbo a altamar y desaparecieron.
Libre de los griegos y pensando que el caballo era un regalo, lo arrastraron hasta el patio de la fortaleza. Tras la fiesta en honor de los dioses, los griegos apostados en el interior del Caballo bajaron con sigilo y asolaron la ciudad. Mataron a sus habitantes e incendiaron los edificios.
Para lograr una victoria así, ¿cuántos irían escondidos en el caballo de madera? La Odisea cuenta que iba Aquiles y sus noventa y nueve hombres. Para Apolodoro sólo iban 50 combatientes. Quinto de Esmirna cita sólo a 30 personas y Tzetzes rebajó ese número a 23, entre los que estaba Menesteo. [«Historia de la destrucción de Troya», Guido delle Colonne; Ediciones Akal]
Comercio en el Mediterráneo
Mientras esto ocurría en los Dardanelos, frente a la actual costa de Turquía, el mundo seguía comerciando; pues, desde la más remota antigüedad el Mediterráneo registró rutas comerciales entre Oriente y Occidente, incluso más allá de las temibles «Columnas de Hércules» y el mítico reino de Tartessos (la Tarsis bíblica) que comerciaba con casi todo lo que en aquella época tenía valor: El oro de los ríos Genil, Darro o Segura, la plata del sur y sudeste, el cobre de Almería, Riotinto o El Algarve; así como, el plomo y estaño de Galicia. A cambio, los tartessios y otros pueblos obtenían productos manufacturados como vino, aceite o productos artísticos de clara influencia oriental.
Para los fenicios, los hombres de la Bética eran raros, con treinta y dos dientes, según Plínio [«Nuestras gentes y lugares en la antigüedad», de Francisco García Romero.]
Por eso, después de la carrera de las armas, para los príncipes y reyes destronados el comercio era la actividad con más futuro.
Menesteo, fundador de ciudades
Después de la caída de Troya, en 1181 a.C., el rastro de Menesteo se enturbia. Según parece, falleció diez años antes en la Guerra de Troya. Otras creen que desapareció después de un reinado de 23 años, sucediéndole su sobrino Demofón, hijo de Teseo.
La versión aceptada es que fue a Melos, donde reinó a la muerte del rey Polianacte. Navegó hasta el fin del mundo, fundando las ciudades de Escilecio, entre Crotona y Cautonia, en la costa del Brutio; y, después, sobrepasó las columnas de Hércules hasta la desembocadura del río Criso, actual Guadalete. Embelesado por el encanto del paisaje estableció una colonia que llamó Puerto de Menesteo, en la Bética.
Estrabón (III, I, 9) confirma el comandato de la galera «Priste», que libró una batalla en sus orillas por el control de la bahía y fundó un puerto no lejos de Gades «que hemos de situar en las proximidades del castillo de Doña Blanca» [«Historia de Cádiz», de Francisco Javier Lomas Salmonte, Silex ediciones, 2005, pág.18]
Filóstrato [«Vida de Apolonio de Tiana» V,4] afirma que en Gadira (Cádiz) celebraban sacrificios en honor de Menesteo; confirmado por Estrabón, al asegurar que en la bahía de Cádiz existía un santuario oracular de Menestheo, ¿referencia al dios egipcio Menes (Theo-Menes)?
Cuando el río fue Olvido
Gadir es una palabra fenicia que significa rodeado de agua, es decir, isla. Fue así como la llamaron los fenicios de Sidon y Tiro al arribar a sus playas allá por el 800 a.C. Así lo atestigua el investigador Luis Suárez Fernández («De la protohistoria a la conquista romana», edic. Rialp, 1995): «La fecha de fundación de Gadir, tan debatida en cuanto se contrastan los testimonios literarios y la documentación arqueológica, (…) debió de ocurrir tal vez muy poco antes del 800 a.C. por los antiguos historiadores.»
La fundación del Puerto por Menesteo, en las inmediaciones del Castillo de Doña Blanca tal vez ocurriera a finales de la Guerra de Troya (alrededor de 1.100 a.C.; lo que implicaría ser ¿anterior a la fundación de Cádiz?); aunque será a finales del s.IV a.C. cuando servirá de infraestructura económica al comercio fenicio que se desarrollaba en Cádiz, necesario para facilitar el doble tránsito, de ida y vuelta, de productos manufacturados provenientes del Mediterráneo y las materias primas que ofrecían los nativos del interior, predominantemente tartesos. Esta relación necesaria y conveniente permitió la vida en solitario de los habitantes fenicios de Cádiz y los griegos del Puerto de Menesteo. Esto es, al menos, lo que «suguieren las magníficas estructuras de su urbanismo y los materiales arqueológicos excavados, así como la existencia de una necrópolis amplia de túmulos, todavía no excavada.» (pág.53 del libro de Suárez, ob.cit.)
En aquella remota época no existían tantos puertos con la capacidad del este Puerto de Menesteo [«Los puertos que menciona Estrabón son el de Carteia «estación naval de los iberos» (3, 1, 7); Belo, puerto de embarque (…) al venir de África, posiblemente desde Tingis (Plut Sert. 12) en el año 80 a.C; y el puerto llamado Menesteo» (José María Blázquez: «Urbanismo y sociedad en Hispania», edic. Istmo, 1991, pág.31)]
Las relaciones entre Gadir y el Puerto de Menesteo trascendieron, como ha venido ocurriendo siempre, de lo comercial a lo sentimental. Los lazos de amistad entre familias fenicias y griegas fortalecieron el entendimiento en el terreno económico. Así, cuando los cartagineses comandados por Amilcar Barca llegaron a Cádiz con la intención de quedarse, se encontraron con la negativa de los tirios que ofrecieron una feroz resistencia. Merced a un invento de Pefameno, un carpintero fenicio, natural de Tiro, que andaba con el ejército cartaginés, «los muros de la ciudad de Cádiz quedaron esta vez asolados como los del castillo» (Manuel Ortiz de la Vega «Las glorias Nacionales» Impr. de L.Tasso, 1852, pág.120)
Este ataque no gustó a los del Puerto (me supongo que en aquella época como no vivían ni José María Morillo ni Luis Suárez -o tal vez, sí– no cabría debate entre si eran porteños o portuenses) que guardaron durante años rencor a los fenicios de Cartago. «A nadie pudo bien parecer la demasía que los cartagineses hicieron en Cádiz, tan sin razón y tan presto; mas entre todos los que principalmente lo miraron y sintieron, fueron los del Puerto de Santa María, que llamaban en aquellos tiempos de Menesteo» (Manuel Ortíz de la Vega, ob.cit. p.120)
Pronto surgió la chispa que desató la revuelta. El asunto fue por la adoración que sentían los cartagineses conquistadores hacia Melkharte y la devoción de los griegos hacia Menes-theo. Después de serias prohibiciones, disputas y actos violentos, acordaron olvidar las diferencias y lo hicieron desfilando con ramas de olivo hasta llegar a la ribera «de cierto río que viene por allí, para se meter en el mar Océano, junto con el mesmo puerto, hicieron sus plegarias y sacrificios, y se perdonaron y pusieron en concordia, jurando que jamás alguno de ellos, así cartaginés como griego, ni menos español de los que por allí residían, tendrían memoria de las injurias pasadas, para que por ello se dañasen o hiciesen algún mal, en recordación de lo cual, los del puerto levantaron un mármol o pedrón sobre la ribera del mesmo río, que permaneció muchos años con letras griegas antiguas, esculpidas en él, que declaraban este negocio con toda su memoria. Poco después hicieron también allí cierta población arrabal del mesmo puerto, por el otro lado del agua que llamaron Amasia (actual ubicación de El Puerto de Santa María), según escribe Maestro Esteban Arnalte Barcelonés, en el prólogo del volúmen o libro, que trasladó de arábico en latín, de los relojes de sol, que en este mesmo lugar de Amasia.» «El río también donde se juraron aquellos conciertos fue llamado el río Lethes, que quiere decir en griego agua del olvido, hasta nuestros días, en que los naturales de la tierra por donde pasa le dicen Guadalete, conformándose con el habla de los alábares y moros africanos (…), porque Guidil en su habla o Guadal, según nosotros los españoles lo pronunciamos corruptamente, quiere decir río; así que Guadalete es tanto en aquella lengua, como el río de Lete o del olvido.» (p.122)
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