PRESENTACIÓN «EL CARTAGINÉS», en Sevilla

@ Ismael Yebra Sotillos

Sevilla, Círculo Mercantil e Industrial, 25 de octubre de 2012

A mi, personalmente, me parece un acto importante la presentación de un libro. Es, como se dice tópicamente, dar a conocer de forma oficial o presentar en sociedad el nacimiento de un hijo. Nacido hace pocos meses, hoy asistimos a lo que sería el bautismo. Estos acontecimientos, para mí, son siempre una fiesta, máxime cuando el padre de la criatura es un amigo de muchos años.

Conocí a Álvaro Rendón el 26 de enero de 1983 ¡Y él dirá que porqué digo esa fecha con tanta seguridad! Pues porque fue el primer día en que acudió a mi consulta, según he comprobado en la historia clínica que custodio en mi archivo. Yo conocía su mujer Victoria, a su prima Cristina, a otros primos suyos apellidados De los Santos, una familia muy conocida de la Puerta Real y la Hermandad del Museo, con alguno de los cuales coincidí en mis años escolares en los escolapios de Ponce de León.

Álvaro era un joven profesor de Dibujo que intentaba abrirse camino en el ámbito de la docencia y yo un joven médico que acababa de instalar la consulta tras finalizar la especialización en Dematología. Por aquella época, yo tenía la sensación, fruto de mi juventud y de la poca experiencia, de que todo el que acudía a mi consulta iría en los próximos días a otro médico, más experimentado y de mayor edad, que le certificase lo acertado o no de mi diagnóstico y mi recomendaciones terapéuticas.

Lo cierto es que se estabeció una relación que ha llegado hasta nuestros días que ha traspasado la para mi inexistente barrera que puede establecerse en la relación médico-paciente. Pienso, aunque suene a antiguo, que la relación médico-paciente no es una relación estrictamente profesional y, aún menos, comercial –no hay nada que deteste más que oír llamar a un paciente cliente–, sino más bien una relación afectuosa, comprensiva, llana, sincera y sencilla. El médico no es más que nadie, ni ocupa un lugar más alto que el que acude a solicitar sus servicios. Simplemente es un ser humano, normal como cualquier otro que, en un momento de su vida ha sentido la inclinación de ejercer la Medicina y que, fruto de sus estudios y su experiencia, sabe más del tema que otras personas, no por ciencia infusa, sino por la práctica y los conocimientos adquiridos. Y esta ciencia médica la debe poner al servicio del ser humano que lo necesite de forma no comercial sino ética y humana.

Desde ese primer encuentro nos caímos bien; se estableció lo que ahora llaman feeling. Luego supe de nuestra amistad común con ese gran prolíifico escritor que es Juan Eslava Galán. A partir de ahí, nuestra amistad sumó un plus literario. Ya, cada vez que acudía a la consulta, hablábamos unos minutos de Dermatología y del caso que tuviéramos entre manos, para pasar inmediatamente a los temas literarios. La consulta derivaba a comentarios sobre nuestras lecturas y proyectos literarios, me contaba sus devaneos con Juan Eslava en Barcelona tras el traslado de éste a la ciudad condal, hablábamos de la dficultad que encontraban los autores para publicar, no solamente los nuevos, sino también muchos de los consagrados. Aquello duraba hasta que mi enfermera, con un discreto toque de distáfono, me hacía descender al mundo real y finalizar la consulta ante la desesperación de los pacientes que pacientemente esperaban en la desesperada sala de espera.

Es para mí una gran satisfacción el hecho de que ese primer contacto entre Álvaro y yo, como digo allá por el mes de enero de 1983, se haya mantenido en el tiempo y haya ido creciendo hasta desembocar en este padrinazgo que me ofrece, para esta nueva criatura que ha tenido a bien dar a luz. Además de amigos, a partir de ahora, pasaremos a ser «compadres librescos».

Tiempo de lectura

Asistimos a una época curiosa en lo referente a la lectura y la literatura. Las estadísticas dicen que se lee poco, cuando estoy convencido de que nunca se leyó tanto como en nuestros días. Otra cosa es lo que se lea y que lo leído merezca la pena o no. Pero eso es otra guerra y en ella hay opiniones para todos los gustos. En lo referente a la literatura, asistimos perplejos a la desaforada infuencia de los críticos. Personajes éstos, por no decir personajillos, que creen ser poseedores de la verdad absoluta y a los que, según ellos, no debemos ni rechistar el resto de los mortales, aunque seamos lectores. Por desgracia, hasta los lectores más curtidos en múltipes batallas tardamos tiempo en darnos cuenta de que la crítica es una profesión sujeta al marketing de los grandes grupos editoriales y que su ejercicio, probablemente de forma licita, no es más que un modus vivendi extremadamente sensible a los vaivenes del mercado.

Con el tiempo y la experiencia lectora, he llegado al convencimiento de que lo mejor es asumir el dicho que afirma que «los gitanos se mienten unos a otros, pero no se engañan». Y así, semana tras semana, compramos los suplementos culturales de los periódicos, las revistas literarias, sabedores de que, en demasiadas ociasiones, no son más que catálogos de ventas como aquellos que por temporadas editan los grandes centros comerciales o las ferreterías. Reinicidimos una y tra vez, porque en el fondo nos gusta hablar de libros, de autores, de novedades editoriales. Somos unos cotillas que nos sentimos atraidos por esta especie de Hola literario de los suplementos culturales.

Viene esto a cuento de que la obra que presentamos «El Cartaginés» es ante todo una novela actual. Y al decir actual quiero decir que es una novela que se desarrolla en el mundo presente. Su localizalización, su lenaguaje, su tiempo, su temática, su forma narrativa son los de la época en la que, para bien o para mal, nos ha tocado vivir. Mi profesor de Literatura en el bachillerato resaltaba que la figura de Garcilaso, más allá de su magnífica y moderna poesía, el hecho de que pudiera ser considerado como un hombre de su tiempo, un representante perfecto del hombre renacentista. De la misma forma, el profesor de Literatura de nuestra Universidad de Sevilla, y en la que nos acompañaban Ángeles Caso, Juan Eslava y Paco núñez Roldán, argumentaba frente a los que tldaban a la novela actual como excesivamente comercial, que la literatura de finales del siglo XX y estos inicios del XXI, es así. Cuando alguien en el futuro se quiera acercar a la narrativa de esta época, tendrá que reflejar que «esto es lo que había». Sea buena, sea menos buena, sea como quiera que sea, el tiempo pondrá mejor las cosas en su sitio que la crítica apresurada y, con demasiada frecuencia, defensora de otros intereses más allá de los puramente literarios.

«El Cartaginés» es una novela de nuestro tiempo. Pertecene a la literartura del siglo XXI. Puede ser incluida en el género denominado negro y porta ya parte de la que podríamos llamar novela negra andaluza En nuestra tierra, tal vez nos falte imaginación para pensar nuestras ciudades y la sociedad actual sean tema novelesco. Somos demasiado dados a lo dramático y no estamos preparados para el desenfado y el ambiente cotidiano que asiste a la novela negra. Creo, sinceramente, que si en algo nos caracterizamos los españoles es en la falta de imaginación, España ha sido negra durante demasiados siglos y ese peso de lo dramático y de la fatalidad del destino nos ha pesado a lo largo de la Historia y nos sigue pesando. En «El Cartaginés» no ocurre esto. Sin necesiad de remontarnos al Londres de Sherlock Homes, al París de Maigret, a la Bruselas de Poirot, a la campiña ingleisa de Miss Marple, echamos de menos nuestra tierra a ese Carvalho de Barcelona o al Guido Brunetti de Donna Leon, descifrando crímenes en la Venecia actual.

Pues bien, ha nacido el inspector Cañete. Con bigotito fino pegado al labio superior, flamante y perfilado, muestra calva espectacular que alcanza la nuca, y ojos castaños que miran con fijeza. Así le describe su autor en la página 24 de la novela. Además, añade que lo que más odiaba de aquél personaje era la gentileza servil hacia la mujer de la que presumía, y su conducta machista. En otro momento, se le define como un retaco con bigotito.

Aparte de su aspecto físico -no digamos grotesco pero si nada apolíneo- Cañete, al que los conocidos llaman Charli, es natural de Herguijuela (Cáceres), se desplaza en un viejo Opel Corsa que pasa la mayor parte del tiempo en el taller de «Chispas», bebe «Dyc», es cliente asiduo del bar Las Columnas y adora la ensaladilla que prepara la mujer del propietario Concha Solán, en opinión del inspector la mejor ensaladilla de mariscos de Cádiz.

Para seguir conociendo mejor al inspector Cañete, digamos que admira a la Guardia Civil y que en la sintonía de su móvil suena «Paquito el Chocolatero». Al conocer al subdelegado del gobierno en Cádiz, Cañete afirma estar acostumbrado a los exabruptos de estos tipos bien vestidos que se creen señores feudales, que piensan que nos hacen un favor dejándonos votarles cada cuatro años. Más adelante, exclama: ¡Joder, con esta puta democracia que los ampara y les da derecho a hacer lo que les da la gana, sin rendir cuenta siquiera al programa por que fueron elegidos! Como verán, se trata de una novela actual.

La animadverión del inspector Cañete por los políticos le hace llegar, en un determinado momento, a encañonar con su arma reglamentaria al subdelegado del gobierno. Más adelante, en un comentario a un joven inspector recién llegado a Cádiz, Cañete insiste… En Política, los altos cargos son los retiros de gente acabada y políticos ineptos. Cuanto más alto, más inútil. Al torpe se le asciende porque jamás aspirará al puesto de quien lo subió. ¿Verdad que esto es suena?

Tampoco escapa la Universidad de las críticas de Cañete: La vida es como la Uiversidad: El jefe de departamento iempre nombre de ayudante a alguien más incompetente que él: así, cuando el designado llegue a ocupar la Jefatura, nombrará a alguien aún más incompetente. De este modo, en cuatro generaciones, el departaento habrá llegado al grado absouto de incompetencia. Cañete, como vemos, es un pura raza.

Otros personajes de la novela están bien caracterizados y nos resultan francamente creíbles en nuestro tiempo. Así, tenemos entre otros a Noriega, médico forense de la Facultad de Medicina de Cádiz, Salazar, subdelegado del gobierno en Cádiz y posteriomente sustitutido por Esperanza Linares. Ambos se llevan mal con Charli, llegando la segunda a definir a Cañete como intuitivo y chapucero. María José Castillo, profesora de Arte Antiguo de la Faculta de Geografía e Historia de Cádiz, y colaboradora de «El Cutural» de «El Mundo». Serafín, un joven inspector de policía compañero y colaborador de Cañete. Marta Zampayo, que viene de Canarias a Cádiz con la idea de reconocer al posible cadáver de su hijo desaparecido meses atrás. Brochas, un personaje de la vida nocturna gaditana, regente de un prostíbulo y siempre metido en negocios fuera de la legalidad. Anibal Dorado, joyero cordobés amante del mundo antiguo, sobre todo del fenicio, lo que le hizo ser reconocido con el sobrenombre de «El Cartaginés»; había alcanzado un gran capital gracias a la información priviegiada lograda primero con la UCD de Suárez, aumentada más tarde, con la llegada de los socialistas al poder.

La prosa del Ávaro Rendón es ágil y actual. Su lenguaje es el de la calle, unas expresiones y unas formas por las que seremos reconocidos en un futuro. El autor no busca el cultismo ni el juicio initeligible de palabras, sino transcribir lo que se dice en la calle, en la ida cotidiana de cualquier gaditano de la primera década del siglo XXI. Gracias a ello, sus personajes son francamente creíbles. Pero no piensen que todo se limita a decir pisha y joé. Escribir con sencillez y fluidez no es nada fácil. Es mcho más fácil caer en circunloquios y barroquismos ilegibles que escribir de forma natural y fluida. Y esa sencillez, tan solo aparente, la consigue Álvaro Rendón a lo largo de las páginas de «El Cartaginés».

La novela arranca de forma intrigante y atrayente como era de esperar: dos pescadores gaditanos descubren, al amanecer, un objeto flotando sobre el mar, cerca del Baluarte de la Candelaria, que resulta ser un cadáver descuartizado y mutilado. Una llamada a la policía y el inspector Cañete entra en acción. Todo parece indicar que se trata de un paredro, un sacrificio ritual de alguna secta que practica rituales secretos. A partir de aquí, descúbranlo ustedes mismos. Él les espera en su despacho de la Comisaría de Cádiz y en su desordenado apartamento en cuya terraza se relaja cuidando pájaros enjaulados. La trama les llevará de Cádiz a Las Palmas, a Córdoba… a rituales del Mundo Antiguo. Todo ello inmerso en situaciones que reconocemos en el mundo actual.

Gracias, Álvaro, por hacernos disfrutar con esta novela. Gracias, por contar conmigo para tener el privilegio de hacerte esta presentación. Gracias al Circulo Mercantil e Industrial por acogernos. Gracias a todos ustedes por su presencia. De ahora en adelane, estoy seguro de que cada vez que vayan a esa ciudad hermana tan maravillosa que es Cádiz, la figura de Charli-Cañete les acopañará por sus rincones. Si ven a alguien tomando cerveza con una tapa de ensaladilla y están seguros de que se trate de él, no lo olvide: es calvo, bajito, de aspecto seboso, sobre su boca se dispone un afilado bigote y en su móvil suena «Paquito El Chocolatero».

Sanabria, septiembre de 2012

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