Soles

Cuántos soles oculta el atardecer… Cuántos cambios puedo contemplar en un instante de su radiante agonía… Cómo asimilar el plácido destello de colores y no morir de puro placer…

Un fluido torrente de emociones, confundido con el aire húmedo que sopla de la bahía se estrella contra mi cuerpo y libera mi alma, prisionera del tiempo y el espacio. En este estado cataléptico resulta imposible no reflexionar sobre finales y trascendencias. Las aves lo intuyen porque no cesan en sus revuelos, avisadas de que la noche peligrosa está pronta. Pían quejumbrosas porque el día no es sólo tiempo, es vida regalada, dones gratuitos que pueden tomar a su antojo. Y, sin embargo, ahítas de luz y espacio, no reparan en el fin que se tornará tan infinito como el día.

El amplio paisaje, concentrado en un foco anaranjado, se agota lentamente y confunde sus certezas en dudas misteriosas e inciertos temores, preludio del inevitable paréntesis de oscuridad e incertidumbre.

El sonido del mar calmo, temeroso y expectante, despierta a las dormidas estrellas de un firmamento profundo. Rutilantes y lejanas, siempre marcan el mágico fanal que envuelve este pequeño universo. Es la hora del retiro y el descanso, del fecundo momento de la introspección.   

El amanecer siempre vuelve a invadir el paisaje tapado por la pátina penumbrosa de la noche. Como el atardecer, traerá cientos de soles nuevos para que la vida que depende de sus certezas nos llene el alma de esperanzas renovadas.

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© Álvaro Rendón Gómez – Todos los derechos reservados – Safe Creative 1802155793597

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