El viento y la piedra. Deterioro de la Prioral

© Álvaro Rendón Gómez
(artículo publicado en Gente del Puerto, 28/04/2012, con nótula 1.364)

Debió destacar como ningún otro edificio, ¡y eso que en El Puerto los hay muy bien plantados, cuyas fachadas aun reflejan el pasado abolengo de una época próspera! Y los patios que cobijan, ¿qué me dicen de ellos…? La Prioral es una inmensa mole de piedra, de planta gótica y remates neo-renacentistas que se eleva sobre un templete escalonado. No guarda proporción con los edificios colindantes, en especial con la capilla de la Aurora, tan modesta y tan hermosa, que apenas toca por una de sus esquinas. La bien planeada plaza de España permite contemplar el monumento en su justa proporción.

Y, si no fuera suficiente, se puede admirar desde Micaela Aramburu, recorriendo con la vista toda la calle Palacios, hasta tropezar con ella. Es una visión espeluznante hacerlo al atardecer, cuando la luz desfallecida aún tiene ánimos para jugar con la espadaña y el campanario, cuando proyecta sombra sobre los contrafuertes y la recorta del inmenso cielo.

Las columnas que señalaban los límites del suelo sagrado ya no sostienen guirnaldas de hierro, donde los críos nos columpiábamos con equilibrio arriesgado e inestable.

Mientras la circundamos, sorprenden muchos detalles de la misma: La modesta capillita de la Virgen, oratorio callejero y recuerdo de su celestial presencia… Nunca faltan flores frescas y los candelabros laterales aún brillan mientras la ciudad duerme. En dirección sur, al otro lado de la portada, hay una gran cruz de madera que recuerda a Cristo en su pasión. La madera se ha abierto y apenas se sostiene con los cuatro agarres de hierro que la fijan al paramento. Sus lineas oscuras, entrecruzadas y ordenadas, forman un doble eje de simetría respecto del ventanal y los ojos ovalados.

¡Qué será de ella cuando los vientos de poniente y levante, tan característicos y conocidos, acaben por borrar la fisonomía de sus tallas, en su afán por devolver lentamente la arenisca que la conforman a la sierra de San Cristóbal! ¿Quién detendrá este deterioro, esta conversión a la nada de su impresionante alzado? ¿Qué será de sus espectaculares remates, de sus bajorrelieves, de las virtudes capitales que otean impertérritas la ciudad, de la enigmática fachada del sol y la pretendida fachada gótica?

Si nadie lo remedia, acabarán desdibujadas en el espacio y el tiempo; en ese tiempo que alguna vez marcó el reloj de la torre lateral de levante. ¿No es una ironía que se haya detenido en las diez y diez, la hora más simpática?»

El Puerto y el río

© Álvaro Rendón Gómez
(Artículo publicado en Gente del Puerto, el 17/05/2012, nótula 1.383)

Los ríos dan a la tierra una inmensa fecundidad que se palpa en muchos aspectos del paisaje. El agua es vida y es también vehículo. Las ciudades con río poseen una idiosincrasia especial que las hace únicas. Señalan un camino hollado, mantenido en el espacio y el tiempo, por el que es posible transitar apaciblemente. Los ribereños han utilizado esta corriente constante para desarrollar su actividad comercial.

A través del río se accede fácilmente al mar y de ahí a los océanos que bañan mundos accesibles, porque el agua lo une todo. Está presente en los seres y objetos de la Tierra. Es universal. El elixir de la vida que reclamaban los alquimistas medievales, el disolvente universal que destacaron en sus fórmulas esotéricas. Las ciudades con río son abiertas. Despiertan expectación y crían ciudadanos con alma inquieta, conscientes de ese eterno manar segundos de un tiempo que parece no detenerse nunca.

Merced al río, El Puerto es una ciudad franca y luminosa, cordial y amiga. Acoge al viajero que, como corriente libre de agua, cree moverse aunque nunca la abandona: Peregrino de una misma ruta, siempre cadente y renovada. Camino insondable que conoce y ama; que forma parte de remotos ayeres, que le hace recorrer largos viajes entre la vida y la muerte. Porque la vida, como la muerte, es un constante fluir, una incesante sucesión de conciencia-inconciencia, nacimiento y renacimiento, sueño y despertar. El Puerto perpetúa sus brazos abiertos, como lenguas de arena fina, de arrullo de ola, de brisa que al sumergirse en los esteros, se sala.

El río arroba la mirada del caminante cansado, lo trata con llaneza y sinceridad. Como al hermano que intuye tiene en cada muelle, allende los mares. Los mismos donde atracaron navíos que partieron hace mucho del improvisado muelle de mi pueblo.

Hoy, el errante inmóvil arrastra blancas vivencias fijadas, como espuma, a las sienes de las olas. A este muelle llegaron también fenicios y griegos, cartagineses y romanos, mucho antes de que se instalara “el moro” durante ocho siglos y le añadiera el prefijo “guada” al que se denominó Lethéo, y su nombre en griego Lethe que quiere decir olvido.

Es el mismo río al que Lucio Aneo Floro, amigo personal del emperador Adriano, en su Epítome de la Historia de Tito Livio (lib.2, cap.17) dice que los soldados de Decio Bruto temían pasarlo por temor a morir y por eso cambiaron su nombre por el de Flumen Oblivionis. En el poema épico Púnica, Tiberio Catio Asconio Silio Itálico, escribió que el río causaba olvido al que bebía sus aguas, y añade con sarcasmo que habría que “tenerla a mano y a la boca en muchas ocasiones del mundo y de la fortuna”. Claudio Eliano, en cambio, en su Varia Historia dice que la denominación de “río del olvido” era porque en sus riberas crecían adormideras, mandrágoras y otras hierbas, cuyos zumos causaban y reconciliaban el sueño. Según otras fuentes, por este río Lethéo, o Guadalete, se sospechaba que se accedía a los campos de Elisia Pedia –Elíseos–, un vergel apacible y ameno, con gloriosos bosques donde moraban los hombres buenos. Poseía una luz del Cielo que todo lo transformaba en risa, alegría y regocijo. /En la imagen de la izquierda, el emperador español Adriano.

Los campos olían a Primavera, aromas y flores, acompañados de mucha variedad de frutos sabrosísimos, y fáciles de cultivar con azada, reja o cultura. No cabe duda de que este autor dijo verdad. Desde su origen, el río de mi pueblo, el río del Puerto crió buenos pescadores y hábiles marineros; aunque los hizo esclavos de los vientos que soplan apacibles de levante y poniente, ciegos de la luz que blanquea las frágiles pirámides de sal; aunque, eso sí, también los hizo serenos y creativos, perpetuamente abiertos a la inmensidad del cielo, azul e incierto.

Si mi pueblo, El Puerto de Santa María, diera la espalda al río, se negaría a si mismo, rompería la historia, se hundiría en la nada de lo vacuo y efímero, y se perdería un futuro que invariablemente le perteneció.

Castillo de San Marcos. A través de los libros

© Álvaro Rendón Gómez
(artículo aparecido en Gente del Puerto, el 24/05/2012, con nótula 1390)

«El Castillo de san Marcos, en El Puerto de Santa María está en la plaza de Alfonso el Sabio, y se trata de una iglesia mozárabe rectangular, flanqueada por cuatro torreones octogonales del siglo XIII, y el principal (perforado en 1908, con los escombros esparcidos por todo el pavimento) que contiene el sagrario en su base; y algunas salas de época medieval, en el piso alto, con acceso por la azotea o patio que cubre la bóveda del templo». Así lo describía Carlos Sathou Carreres (“Castillos de España: (su pasado y su presente)”, Espasa-Calpe), hace sesenta años.

Según los testimonios de la época, el Castillo o la antigua mezquita de Alcanate (Al-Qanatir) era la única iglesia existente en El Puerto. Argumento que defiende Manuel González Jiménez (“Repartimiento de El Puerto de Santa María”, Univ.Sevilla, 2002, p.167) frente a la tesis contraria de Mariano López Muñoz que la confundió con la iglesia de Santa María, en el Pozo Santo, sobre la que se alzaría posteriormente la actual Iglesia Prioral.

En las Cantigas se relata que fue Alfonso X quien ordenó al alarife Alí que aprovechara la planta de la mezquita oratorio islámico, del siglo X, y levantase esta iglesia-fortaleza. Durante las obras se produjo una avenida del Guadalete que arrastró hasta El Puerto el puente de madera del Portal de Jerez, como se recoge en la Cántiga 356. Las obras se realizaron entre 1268 y 1272 y se respetaron la naves abovedadas soportadas por gruesas columnas romanas embutidas, el mirhab, un nicho de planta cuadrada y el patio de las abluciones, o sahn. Ignoramos si, como era común en los recintos fortificados de la época, tenía cava, cárcava o foso avanzado. La fortaleza de Santa María poseía varias puertas. La principal, de hierro, y las que conducían a pasos internos protegidos por torres y rastrillos corredizos que bajaban por aberturas hechas en la bóveda y ranuras laterales. De este modo se aseguraba la defensa de la fortaleza; pues, el asaltante debía recorrer un largo trecho, entre bastiones, antes de llegar a la puerta que no podía incendiar al ser de hierro. Aún se conservan algunos bastiones, ocultos en la muralla, y las puertas existentes en la actualidad no parece que sean defensivas, sino de acceso a la capilla interior, como señala González de Simancas, resultado de la adaptación de la mezquita y la fortaleza. Bellísimas son, sin embargo, las guarniciones de los muros y torres mediante merlones de base cuadrangular y capirote piramidal.

LEYENDAS.
Según la tradición popular, de explorarse el subsuelo del Castillo confirmaría o desmitificaría muchas historias que los portuenses ancianos contaban en torno a un velón de aceite, cuando se iba la luz eléctrica; porque, al parecer, la fortaleza está plagada de túneles subterráneas. Podrían ser primitivas covachas subterráneas, pasadizos por donde acceder a lugares estratégicos, más allá del perímetro convencional de la cerca defensiva, y que permitiría aprovisionarse de agua y comestibles en el caso de sitios prolongados. Se habla de dos túneles en concreto: El primero, la comunicaría con la sierra de san Cristóbal y el segundo, más corto, con el río. De su existencia podrían dar buena cuenta los caballeros de la Orden de Santa María de España, fundada por Alfonso X el Sabio, que utilizaron el Castillo como fortaleza.

FRANCMASONERÍA.
Son curiosos los signos lapidarios que describe Hipólito Sancho en los años cuarenta del siglo pasado, y que existieron antes de que el Castillo fuera restaurado para tomar el aspecto que posee en la actualidad. Rafael Gómez Ramos (“Los constructores de la España Medieval”, Universidad de Sevilla, 2006, p.184) los sitúa en las cinco torres y, sobre todo, en el muro este. ¿Significa esto que, como opina Rubio Samper (J.M.Rubio Samper, “La figura del arquitecto en el periodo Gótico. Relaciones entre España y el resto de Europa”, Boletín del Museo e Instituto Camón Azanar, XXII, 1985, p.102, los canteros constituían una “aristocacia” dentro de los obreros, considerándose incluso superiores a los otros “masones” o albañiles? No parece que exista relación alguna entre esta “casta de alarifes” (G.E.Street, “La arquitectura gótica en España”, Madrid, 1926, p.466) y la francmasonería; aunque, en el “Libro del Peso de los alarifes y Balanza de los menestrales” aparecen datos muy semejantes a los conocidos de las corporaciones europeas, con secretos del arte de construir basados en la Geometría.

La copia que se conserva es la que celosamente guardaban los alarifes sevillanos en 1540, y que fueron obligados a entregar al concejo de Sevilla, por una orden del emperador Carlos V. Sobre la portada de este manuscrito aparece la figura de un rey sentado, con el escudo de Castilla y la leyenda “Alarifes juzgad y seréis bien juzgados”, sobre la imagen de una ciudad amurallada y las herramientas del oficio de albañiles (R.Gómez, “El Libro del Peso de alarifes y Balanza de los menestrales”, Actas del I Simposio Internacional de Mudejarismo, Madrid-Teruel, 1981, ps. 255-267) ¿Qué ciudad amurallada representaba?»

El Puerto, ¿ciudad abierta o cerrada?

© Álvaro Rendón Gómez
(artículo aparecido en Gente del Puerto, el 01/06/2012, nótula nº 1.398

El debate quedó planteado en la reseña y presentación del libro del profesor Abellán (Revista de Historia de El Puerto, nº38). Los restos arqueológicos y las evidencias documentales son tan incuestionables que bastará con señalarlas para dejar zanjada la discusión.

El libro del repartimiento señala como límite extremo de la alquería que era El Puerto de Santa María antes de 1275 una serie de puntos muy claros: el mar o el río por la parte meridional; el ejido o una serie de ejidos en la parte norte y el camino de Jerez por el este. La alquería estaba constituida por un conjunto de 43 casas desorganizadas, dispersas y articuladas en torno a ciertos edificios o elementos urbanos, con amplios espacios vacíos que luego permitieron crear hasta 264 solares para dotar de vivienda a los repobladores que llegaron tras la segunda conquista de la villa. Se repartieron 304 casas de un total de 286 repobladores (algo menos que los establecidos en Cádiz). En principio, este disperso perímetro estaba circunvalado por valladares o muros reforzados por un foso o cárcava. Una defensa muy pobre, pero en esta época no existía amenaza musulmana, tras la derrota y expulsión de los moros de Jerez y de la comarca del Guadalete, durante la revuelta mudéjar de 1264 y 1266. El dominio cristiano de toda la zona era absoluto.

Es a partir de 1275, ante el temor de invasión de los benimerines, o bereberes de Banu Marin del norte de África, que se reagruparon tras la caída y destrucción del imperio almohade, la villa de El Puerto se amuralló, y en su interior se concentró el vecindario. Esto se constata por las crónicas meriníes Rawd al-Quirtas utilizadas por López de Coca (y que también utilizó M. González). /En la portada portada del manuscrito del Libro de Repartimiento de El Puerto de Santa María.

Esta cerca no duró mucho. A los dos años fue arrasada por estos merínidas asentados en Fez. Así, 1277 la población decreció notablemente y la muralla sufrió considerables destrozos. Alfonso X trató de remediar la situación con la promulgación en 1281 de la famosa carta-puebla y ordenó la reparación y refuerzo de la muralla, como lo menciona Pedro de Medina (“Libro de grandezas y cosas memorables de España”, Clásicos Españoles I, Madrid, 1944) y Agustín de Horozco en el siglo XVI (“Historia de la ciudad de Cádiz”, Cádiz, 1845). Posteriormente, hacia 1697, aún quedaban restos de esa muralla en la calle Tripería y en la calle del Muro (Ricardo Alcón, hoy). La cita de Medinilla (“Baños de mar en El Puerto de Santa María”, El Puerto de Santa María, 1880) completa el trazado de este muro de defensa medieval por las calles Jesús de los Milagros y posiblemente por la calle Nevería. Pero es Francisco Ciria (“Tartessos”, texto mecanografiado en dos volúmenes, 1934) quien se atreve a enunciar su trazado completo. Según el señor Ciria, la muralla comenzaba en el castillo de San Marcos, seguía por Pozuelo (Federico Rubio), Nevería y Muro (Ricardo Alcón).

Este trazado no contradice el propuesto por Miguel Ángel Caballero Sánchez, historiador del Centro Municipal del Patrimonio Histórico de El Puerto de Santa María, que la hace recorrer la calle Jesús de los Milagros (antigua Dulce Nombre de Jesús) hasta la plaza de la Herrería, subir por Ricardo Alcón hasta la plaza de Abastos; seguiría por Santa María, plaza Juan Gavala, plaza de la Iglesia, sin incluirla, Pagador y La Palma. Lanza esta última tesis fundamentado en la excavación de Francisco Giles Pacheco en 1995, en los aledaños de la calle Placilla, que atisbaba una continuidad de la misma por la Casa de los Leones y el actual Bar Vicente, y la calle Ricardo Alcón (antigua calle Muro), en donde se conservan once metros y medio de muro de origen medieval de casi dos metros de espesor. Su factura almohade, anterior a la intervención del rey sabio, sólo refuerza la tesis de su existencia. Alfonso X sólo tuvo que completar el trazado.

Durante el siglo XV la muralla quedó desolada debido a las luchas civiles en las que se vio envuelta la ciudad. En la primera, entre 1464 y 1474, se enfrentan las casas nobiliarias de Arcos y Medina. En la segunda, según Pedro Barbadillo Delgado, se enfrentó el duque de Medinaceli, que reclamaba el ducado de Medina Sidonia para su mujer doña Mencía de Guzmán, contra don Pedro Girón, primogénito del conde Ureña, pretendiente del mismo ducado.

Cuando los enfrentamientos terminaron y los ocupantes abandonaron la villa, El Puerto aprendió la lección y se amuralló. Al mismo tiempo, reforzó la vigilancia del castillo y las entradas (Hipólito Sancho de Sopranis).

En 1577, el rey Felipe II encarga a don Luis Bravo de Laguna la inspección del estado de las defensas atlánticas. Este ingeniero constata la existencia de esta cerca defensiva y recomienda su restauración, ya que se halla muy asolada. Desconocemos las causas de esto pero sí se conservan documentos que la mencionan durante las epidemias de 1683, pues los restos de las murallas sirvieron de control de la enfermedad, levantándose tapias adosadas a las mismas que aislaban a los contagiados, sobre todo la levantada en la Plaza de la Carnecería.

En 1733, el espacio urbano perimetrado por la cerca medieval quedaba comprendido entre las calles Palacios, Vicario, Plaza de la ciudad (probablemente el Mercado de Abastos, aunque no se especifica en la mención de Abad Mercadillo, Actas Capitulares 1784, conservada en el Archivo Municipal de El Puerto de Santa María, folio 6) y dirección a la Placilla.

Si este trazado es el que realmente tuvo la muralla en el siglo XVIII, la ciudad intramuros tendría exiguas dimensiones y, tanto la Iglesia Mayor Prioral como el Palacio de los Duques quedarían extramuros; algo que sería absurdo desde un punto de vista defensivo. De nuevo es Hipólito Sancho Sopranis (1943) quien sugiere que la Iglesia Mayor Prioral aunque en extramuros, donde se situarían valladares o defensas avanzadas que protegían las tierras del Concejo y el Ejido, hacia el suroeste y el sureste, se construyó frente a una de las puertas principales, la del Arco, desde la carretera de Sanlúcar. Su teoría se apoya en la denominación primitiva de la calle Palacios, llamada primitivamente “Arco”. La otra puerta estaría en la plaza de la Herrería que comunicaría con el camino a Jerez.

En conclusión, es muy probable que antes del siglo XIII ya existiera una cerca almohade, muy limitada y cuyo trazado fuera el utilizado por la muralla ordenada levantar por el rey Alfonso X. Al crecer la ciudad en el siglo XVI y el XVII, el perímetro de la antigua muralla se amplió. La situación geoestratégica de la ciudad, con dunas y formaciones cenagosas al otro lado del río, numerosos bancos de arena en la desembocadura, y la marisma, con numerosas ciénagas, disiparían las intenciones de ataque por aquel flanco.

El Puerto no está muerto

© Álvaro Rendón Gómez
(Artículo aparecido en Gente del Puerto, el 9/06/2012; nótulo 1.406)

Me rebelo cada vez que oigo que El Puerto se hunde en la miseria de sus escasos recursos económicos, cuando siento en el ambiente la abulia del “ya no se puede hacer nada” y palpo el derrotismo crítico contra aquellos que pretenden aportar soluciones. Me sublevo porque quiero pensar que no llevan razón. Después, cuando compruebo lo insolidario que es el portuense ante este tremendo problema, me hundo en una desesperanza crónica. Y grito, ¡que ya no tenemos pesca, ni bodegas, ni industrias, ni comercio…!

¡Que es hora de despertar! ¿Es que no os dáis cuente que el turista no nos sacará de esta miseria, que es pan para hoy y hambre para mañana, sobre todo cuando son azotados en verano por quienes pretenden recuperar en dos meses la ruina del otoño y el invierno? Y el ayer en el que sueña el portuense es un lastre, una venda que nos impide ver el futuro ¿Dónde están los emprendedores? Y cuando surgen, ¿cómo os tratamos? ¿Dónde está aquel pueblo próspero que conocí hace años, esa gente entusiasta de mirada limpia, plena de esperanza, que transitaba ocupada por las calles…?

¿Alguien ha analizado seriamente la situación, ha encontrado la raíz del problema y, sobre todo, conoce la solución? Si es así, me gustaría sentarme una mañana con él, en el Bar Vicente mismo, y hablar sobre cómo llevarla a cabo, qué mecanismos tocar para que el motor de este viejo trasto funcione.

La gente está hundida. Lo presiento. No vive con la ilusión que yo sentía de niño. Evita la muerte mirando para otro lado. ¡Es que, como portuenses, les da igual esta situación…! Pero, ¿es que no les entra nada por el cuerpo saber que la ciudad cuenta con muy pocos recursos productivos, aparte de bares, cafeterías, restaurantes y vendedores de patatas fritas en el Parque; que no ha dado con la tecla del turismo que deja dinero? ¿Nos resignaremos a seguir quejándonos de la situación, sin arrimar el hombro y pensar con optimismo que esto tiene solución y que no debemos esperar de fuera lo que no somos capaces de generar dentro?

Quiero pensar que en que cada portuense hay un corazón que late y llora por lo que ve a diario. Deseo en lo más hondo de mi alma que reaccione de una vez. Aún estamos a tiempo de reanimarlo, practicar el boca a boca y que todos los portuenses dejemos a un lado nuestras diferencias por un objetivo común: El Puerto, nuestro Puerto…

Perdonarme pero hoy he paseado por las calles de El Puerto y apenas me he cruzado con peatones. Los pocos comercios que aún permanecen abiertos eran islas de un único náufrago, el dependiente.

La Cripta del Shemaforash para Luis Emilio Vallejo

La Cripta del Shemaforash para Luis Emilio Vallejo, escritor
© Luis Emilio Vallejo

Esta reseña literaria me la envió Luis Emilio Vallejo, escritor y amigo, que ha leído el ensayo. Le agradezco las palabras y paso a exponerlas para que los seguidores de este blog la conozcan:
«Alvaro Rendón. Editorial El Olivo.
Jaén, 2011
112 páginas

Todo comienza cuando en los años 70 un estudiante de Arjona compra una lápida de mármol con dibujos geométricos en un anticuario de la mítica Calle Elvira de Granada y la dona al Ayuntamiento de su pueblo.  Con este hecho rescata uno de los episodios más fascinantes de la historia de la Restauración Borbónica de España. Arjona, 1913, Beatriz Prieto, madre del Barón de Velasco, muere. Es tal el dolor de esta pérdida que decide construir una Cripta-Mausoleo donde descansen sus restos en la Iglesia Parroquial de Santa María. La iglesia fue destruida y profanada la Cripta en 1936 y algunos de sus restos, como la mencionada lápida, perdidos para siempre.

Pero frente a la desolación y al olvido, la cripta es restaurada por el Ayuntamiento de Arjona en el año 2001. Sus tres esculturas en mármol de Carrara, obra del escultor Capuz, sus bóvedas con teselas doradas bizantinas, su bella arquitectura, obra de Antonio Florez Urdanpieta, hijo de Justino Florez, el gran arquitecto de Jaén, con un proyecto ambicioso, son restituidas. La Cripta desde entonces puede visitarse.

En mayo del año 2009 llega a Arjona un viajero, un peregrino, Alvaro Rendón Gómez (El Puerto de Santa María, 1950); pero no uno más. Alvaro es geómetra, catedrático de dibujo, un experto en análisis de recintos sagrados, autor, junto a Juan Eslava Galán de La Lápida Templaria Descifrada (Zenith, Barcelona, 2005); y otros tantos títulos más: “Geometría Especulativa”, 1990. “Geometría Paso a Paso”, vols. I y II, 2000, 2001 y autor de un blog [https://alvarengomez.wordpress.com]

Bajo el título de La Cripta del Shemaforash, Rendón desarrolla un estudio exhaustivo sobre el monumento, su historia y artífices. Analiza estructuralmente la planta de la Cripta, llegando a sus últimas consecuencias la comprobación de todas las hipótesis geométricas, la interrelación entre las distintas partes del edificio, obra magistral de Antonio  Florez.
Es entonces cuando en los siguientes capítulos del libro, en la Geometría Oculta donde destapa toda la trama esotérica, dado que el dibujo de la Lapida Templaria, que formaba parte de la propia cripta, contiene en sí los planos de ella y todo el mensaje enigmático, El Shem Shemaforash.
Una de las aportaciones más fascinantes de Rendón es su propuesta de los recorridos iniciáticos para los cuales la Cripta estaba preparada, bajo salmos y cantos de los iniciados. El Barón fue miembro de la Logia Pontificia Los Doce Apóstoles, vinculada a los depositarios del Temple de Inglaterra y a la facción judía de Lámpara Tapada.
Pero la historia humana se cierra cuando el Barón de Velasco se arruina, posiblemente por la costosa construcción de la Cripta, seguida de la Guerra Civil y los hechos terribles que sobre esta obra maestra ocurrieron; también sobre su arquitecto Antonio Florez Urdapilleta, vilipendiado y desterrado. Ha hecho falta un nuevo siglo para que la Cripta renazca y con ella su estudio por especialista de reconocido prestigio como Álvaro Rendón que promete futuros estudios sobre el enigmático monumento, quizás luchando contra esa advertencia de la lápida templaria de Arjona, en la Cripta del barón de Velasco de la ahora Iglesia de San Juan Bautista.
Nada debe temer el que cumple “la Dorada Ley del Silencio”, palabras con las que Álvaro concluye su extraordinario trabajo de investigación. Porcuna, 1 de Diciembre de 2011»

Sin comentarios. Solo reiterarme en mi agradecimiento.

Enigmático Menesteo

©Álvaro Rendón Gómez, Abril 2011

«Supe de ti, primero, magnánimo ateniense,
héroe y divinidad ante los muros
sacrosantos de Troya, frente a la mar de Cádiz,
en las mismas arenas y al pie del mismo río
adonde tú, tal vez patrono y marinero
de las naves de Ulises, llegaste una mañana.»
Menesteo. Fundador y Adivino.
(Rafael Alberti. Ora Marítima)

La Historia del Mundo Antiguo está marcada por celos y venganzas, consecuencias de amores imposibles entre dioses y hombres. Así, para que Menesteo emprendiera la travesía mediterránea que le llevase a los confines del mundo conocido, sobrepasara la bocana de la bahía de Cádiz y arribara en las benditas costas de nuestro Puerto, junto al río Criso, posteriormente Guadalete, tuvieron que suceder dos historias apasionantes: La de Teseo, rey de Atenas, y la de Paris, príncipe de Troya; ambos enamorados de una mujer marcada por la fatalidad, Helena

El destierro de Teseo
La historia de Teseo comienza cuando conoce a Pirítoo y se juran amistad eterna. Juntos traman casarse con dos hijas de Zeus: Teseo con Helena, que aún era una niña, y Pirítoo con Perséfone. Para ejecutar el plan, viajarán primero a Esparta y raptarán a Helena cuando asista al templo de Ártemis Ortia, situado entre Limnai y la orilla occidental del río Eurotas, durante los rituales en honor a Ortia, la diamastigosis, o la flagelación de efebos (descrita por Plutarco, Jenofonte y Platón).  Adultos armados de látigos apilaban quesos sobre un altar. Los jóvenes debían conseguirlos, desafiando los latigazos.
El rapto debió ocurrir en una mañana soleada. La noche había refrescado y el sol matinal se agradecía. Teseo y Pirítoo visitaron el templo, raptaron a Helena y huyeron a la ciudad arcadia de Tegea. Para despistar a los hermanos de Helena, los atenienses se refugiaron en la aldea Ática de Afidnas, donde esperarían a que Helena alcanzase la edad núbil. Mientras tanto, bajaron al Hades y buscaron a Perséfone, dejando a Helena al cuidado de Etra, la madre de Teseo, que no tuvo más remedio que cederla a los Dióscuros, los hermanastros de Helena, que la rescataron
Cumplidas las promesas, y de regreso a Atenas, Teseo descubrió que su primo Menesteo, apoyado por los hermanos dióscuros, se había apoderado del trono. Entonces, temiendo la reacción de los gemelos espartanos, se refugió en Skyros, bajo la protección del rey Licomedes, antiguo amigo y aliado. El recibimiento del héroe ateniense fue espectacular; de ahí que, Licomedes, considerándolo una amenaza, lo asesinara.

Juicio de Paris
Ocurrió durante el banquete de bodas entre la ninfa Tetis y el rey Peleo [Ilíada, XXIV, 25–30]. Eride, diosa de la Discordia, enojada porque no fue invitada al enlace, dejó una manzana de oro sobre la mesa de los invitados. La fruta llevaba la dedicatoria en griego «Kallisti»: «Para la más bella». Estaban presentes las diosas Hera, Atenea y Afrodita, que se dieron por aludidas, ensalzándose en un debate imposible, sobre quién era la destinataria de la manzana. Zeus zanjó la discusión encomendando a Paris la elección de la vencedora. No le resultaría fácil porque todas trataron de persuadirlo ofreciéndole importantes recompensas. Hera le prometió todo el poder que pudiera desear; Atenea, la sabiduría y la victoria en cualquier guerra; Afrodita, el amor de Helena de Troya, que ya era mujer y conservaba la fama de ser la mortal más bella sobre la Tierra.
Paris declaró vencedora a Afrodita. De este modo, ayudado por la diosa del amor, se dirigió a la corte de Menelao, enamoró a Helena, convertida en esposa y reina de éste, y la volvió a raptar. Además, se llevó consigo la mayor parte de los tesoros reales. [Grimal, Pierre: “Diccionario de mitología griega y romana», edit. Paidós, págs. 351-352]

Helena de Troya
¿Quién era Helena de Troya, con fama de mujer fatal?
Según la mitología griega, era hija de Zeus y Némesis. Zeus siempre se las ingeniaba para yacer con diosas, semidiosas y mortales; algo que enfadaba a Hera, su legítima esposa, que se vengaba de las amantes y de sus descendientes.
Para yacer con Némesis, Zeus no escatimó ingenio. A pesar de que la diosa, para evitarlo, se convirtió en oca, el padre de los dioses lo hizo en cisne y consumó la unión. Nénemis, embarazada, huyó a Esparta, donde depositó un huevo que encontró Leda, esposa de Tíndaro, rey de Esparta, que ya tenía dos hijos, los dióscuros Cástor y Pólux, y una hija, Clitemnestra.

Menesteo, rey de Atenas
Tras 30 años de reinado, en el 1204 a.C., Teseo, bisnieto de Erecteo II de Atenas, tras el primer rapto de Helena, pierde el trono que lo usurpa su primo Menesteo, hijo de Péteo. [Greves, Robert: «Los mitos griegos», Ariel, 2007, pág 127]. El fin de Teseo, ya lo sabemos, murió a manos de Licomedes. Según unas versiones, fue empujado al precipicio cuando contemplaba la ciudad desde un acantilado; según otras, la caída fue accidental.
El reinado de Menesteo fue despótico y demagogo. Pensando que los dióscuros le ayudarían a obtener los favores de Helena de Troya, convenció a los atenienses para que los acogieran como benefactores y libertadores de la ciudad, algo que enfadó a príncipes y duques, que aguardaron la mínima distracción para arrebatarle el trono.

Prolegómenos de la guerra de Troya
Nunca pudo imaginar el rey de Troya que su decisión de casar a Helena atrajera a lo más selecto de la Hélade. Temiendo que la elección acarrearía enemistades entre los pretendientes rechazados por la bella princesa, determinó aceptar el consejo de Ulises que, a cambio, obtuvo la ayuda de Tindáreo para casarse con Penélope. El consejo consistía en organizar pruebas que ayudasen a Helena en la elección. Antes debían aceptar la decisión de la joven y jurar sobre los restos de un caballo descuartizado que acudirían en auxilio del elegido si alguien la raptaba (algo sabría Ulises de las maquinaciones de Paris y Afrodita).
La primera prueba consistió en una carrera de barcos de remos entre Menesteo, Sergesto, Cloanto y Gias. Al toque de trompeta, se lanzaron al mar y remaron. Gias iba el primero, pero se topó con un peñasco y no pudo continuar. Enfadado con su timonel, lo arrojó al mar. Cloanto tomó la delantera y se proclamó vencedor. Menesteo llegó después, por delante de Sergesto.
En la prueba de acertar con un tiro de arco a un ave que pendía de un mastil, Menesteo cortó la cuerda, pero fue Acestes quien venció.
Tras las pruebas, Helena eligió a Menelao, hermano de Agamenón que, a su vez, se casó con Clitemnestra.

Menesteo, comandante griego
Heinrich Schliemann, Ilíada en mano, exploró la costa de los Dardanelos buscando el emplazamiento de la ciudad de Troya. Tras un tiempo analizando diversas colinas, dedujo que sólo podía hallarse en la de Hissarlik. El rico alemán la compró, e inmediatamente comenzó a excavar. No descubrió una Troya, sino nueve, una encima de otra. La duda sobre cuál de ellas había sido la destruida por los griegos surgió entre Troya 6 y 7. Por los datos que se lograron extraer del yacimiento, la sexta pudo ser destruida por un terremoto y la séptima por un incendio, en una fecha cercana al 1200 a.C., fecha en que ocurrió el cerco de Troya, después de diez años de sitio (aunque, en el relato homérico éste sólo habría durado cincuenta y un días).

Durante la guerra que sucedió en las playas de Troya, los combates se produjeron a pie, cuerpo a cuerpo, utilizando lanzas, picas, arcos y espadas. Uno de los comandantes de vanguardia fue nuestro fundador, Menesteo. Sobre el caudillaje de Menesteo algunos investigadores [Malcolm M. Willcock: «Iliada»; Hardcover, Nelson Thornes Limited, sobre todo] lo dudan, y creen que es un personaje desconocido; pues, el que debía figurar como caudillo de los atenienses era Demofonte, al que Homero desconocía.  Para Quinto de Esmirna, en cambio, en el sitio de Troya participaron ambos: Demofonte y Menesteo [«Posthoméricas», editorial Gredos, Madrid, 2004]; por ello, la participación de Menesteo en la Guerra de Troya queda refutada por las diversas citas de Homero en la Ilíada  [Edaf, 2001]. Por ejemplo, en la página 97 dice que, «después de oír sus palabras, el Atrida, muy complacido, siguió revistando a sus caudillos y encontró al egregio caballero Menesteo, hijo de Peteo, erguido entre los atenienses, duchos en el arte de la guerra, y cerca del prudente Ulises y los aguerridos cefalenios, que no habían oído los gritos del combate ni podían adivinar que hubieran sido rotos los juramentos.» En el canto II, hexámetros 546 a 556, Homero asegura de «Menesteos Peteida, que era un hombre que no tenía igual entre todos los hombres, y a su mando tenía cincuenta navíos oscuros.» Después, en IV, 327 a 364, lo describe como «hijo del rey Peteo, de pie hablando con los atenienses, experto en guerras.» Además, en la epopeya clásica, se describen numerosas intervenciones durante la contienda. Asi, en el Canto XII, hexámetros 331 a 333, se dice  que «cuando los vio llegar (a los licios) se asustó Menesteos Peteida, que a su torre acudían llevando la muerte consigo. Desde lo alto del muro miró a los aqueos en torno por ver si algún caudillo podía ayudar a su gente; y vio a entrambos Ayax, insaciables de lucha, y a Teucro al salir de la tienda y de él todos estaban muy cerca.» O en el XIII, 689 a 690: «Allí a los atenienses selectos mandaba primero Menesteos Peteida y seguíanle luego en el mando Fides y luego Eusiquio y el bravo Biante.» «Áyax, arrastrado como por un impulso de fatuidad, entra en la lid con la cabeza descubierta y sin armadura, empuñando sólo una espada, como privado de toda protección. Los demás caudillos griegos –Diomedes, Menesteo, Menelao, Ulises y Agamenón– con sus huestes perfectamente alineadas, ocupan sus puestos frente a los troyanos. El rey Príamo, después de ordenar estratégicamente sus escuadrones y sus secciones, mandó y dio la orden de cargar contra los griegos.» «Entonces Menesteo, duque de Atenas, entró en combate junto con tres mil guerreros, y avanzando con toda aquella hueste desde el ala izquierda llegó hasta el cuerpo del ejército de Frigia, en el que estaba Troilo, y que presionaba sobre el contingente griego.» «Así puso Aquiles fin a su parlamento. Pero el rey Toante y Menesteo, duque de Atenas, se oponen a Aquiles con un torrente de palabras de desaprobación.»
Y aún hallamos numerosas citas en la novela “Menesteos. Marinero de Abril” [edit. Alacea, México, 1965, 1ª edic.] de María Teresa León donde narra en un lenguaje poético una de las intervenciones de Menesteo: «Los caballos ciñeron el anillo del vegetal. Algo perseguían tenaces y violentos. Pateaban la tierra del naranjal sin importarles las sagradas flores que nevaban su asombro. Aullaban. ¡Ah, que los hombres conocieron las artes de perseguir antes que las de comer! Menesteos buscó refugio con la vista. ¿Donde guarecerse? ¿Hacia dónde huir de la guerra, ese traje escarlata de los hombres? Y otra vez se sintió dentro del estruendo olvidado, otra vez la sangre tomó el puesto del vino de las jarras, otra vez enmudeció de alegría (pág. 98).»

Menesteo y el caballo de madera
El asedio ya duraba demasiado. Griegos y troyanos habían combatido duro frente a las murallas de Troya sin que ninguna de las facciones lograra ventaja sobre la otra. En vista de lo cual, los griegos, conocedores del culto troyano hacia el caballo (el juramento de fidelidad se hizo sobre los restos de uno de ellos), construyeron en secreto un enorme caballo de madera. Medía once metros de altura y tenía el aspecto de un ídolo. Lo acercaron a la muralla y lo abandonaron. Después, tomaron rumbo a altamar y desaparecieron.
Libre de los griegos y pensando que el caballo era un regalo, lo arrastraron hasta el patio de la fortaleza. Tras la fiesta en honor de los dioses, los griegos apostados en el interior del Caballo bajaron con sigilo y asolaron la ciudad. Mataron a sus habitantes e incendiaron los edificios.
Para lograr una victoria así, ¿cuántos irían escondidos en el caballo de madera? La Odisea cuenta que iba Aquiles y sus noventa y nueve hombres. Para Apolodoro sólo iban 50 combatientes. Quinto de Esmirna cita sólo a 30 personas y Tzetzes rebajó ese número a 23, entre los que estaba Menesteo. [«Historia de la destrucción de Troya», Guido delle Colonne; Ediciones Akal]

Comercio en el Mediterráneo
Mientras esto ocurría en los Dardanelos, frente a la actual costa de Turquía, el mundo seguía comerciando; pues, desde la más remota antigüedad el Mediterráneo registró rutas comerciales entre Oriente y Occidente, incluso más allá de las temibles «Columnas de Hércules» y el mítico reino de Tartessos (la Tarsis bíblica) que comerciaba con casi todo lo que en aquella época tenía valor: El oro de los ríos Genil, Darro o Segura, la plata del sur y sudeste, el cobre de Almería, Riotinto o El Algarve; así como, el plomo y estaño de Galicia. A cambio, los tartessios y otros pueblos obtenían productos manufacturados como vino, aceite o productos artísticos de clara influencia oriental.
Para los fenicios, los hombres de la Bética eran raros, con treinta y dos dientes, según Plínio [«Nuestras gentes y lugares en la antigüedad», de Francisco García Romero.]
Por eso, después de la carrera de las armas, para los príncipes y reyes destronados el comercio era la actividad con más futuro.

Menesteo, fundador de ciudades
Después de la caída de Troya, en 1181 a.C., el rastro de Menesteo se enturbia. Según parece, falleció diez años antes en la Guerra de Troya. Otras creen que desapareció después de un reinado de 23 años, sucediéndole su sobrino Demofón, hijo de Teseo.
La versión aceptada es que fue a Melos, donde reinó a la muerte del rey Polianacte. Navegó hasta el fin del mundo, fundando las ciudades de Escilecio, entre Crotona y Cautonia, en la costa del Brutio; y, después, sobrepasó las columnas de Hércules hasta la desembocadura del río Criso, actual Guadalete. Embelesado por el encanto del paisaje estableció una colonia que llamó Puerto de Menesteo, en la Bética.
Estrabón (III, I, 9) confirma el comandato de la galera «Priste», que libró una batalla en sus orillas por el control de la bahía y fundó un puerto no lejos de Gades «que hemos de situar en las proximidades del castillo de Doña Blanca» [«Historia de Cádiz», de Francisco Javier Lomas Salmonte, Silex ediciones, 2005, pág.18]
Filóstrato [«Vida de Apolonio de Tiana» V,4] afirma que en Gadira (Cádiz) celebraban sacrificios en honor de Menesteo; confirmado por Estrabón, al asegurar que en la bahía de Cádiz existía un santuario oracular de Menestheo, ¿referencia al dios egipcio Menes (Theo-Menes)?

Cuando el río fue Olvido
Gadir es una palabra fenicia que significa rodeado de agua, es decir, isla. Fue así como la llamaron los fenicios de Sidon y Tiro al arribar a sus playas allá por el 800 a.C. Así lo atestigua el investigador Luis Suárez Fernández («De la protohistoria a la conquista romana», edic. Rialp, 1995): «La fecha de fundación de Gadir, tan debatida en cuanto se contrastan los testimonios literarios y la documentación arqueológica, (…) debió de ocurrir tal vez muy poco antes del 800 a.C. por los antiguos historiadores.»
La fundación del Puerto por Menesteo, en las inmediaciones del Castillo de Doña Blanca tal vez ocurriera a finales de la Guerra de Troya (alrededor de 1.100 a.C.; lo que implicaría ser ¿anterior a la fundación de Cádiz?); aunque será a finales del s.IV a.C. cuando servirá de infraestructura económica al comercio fenicio que se desarrollaba en Cádiz, necesario para facilitar el doble tránsito, de ida y vuelta, de productos manufacturados provenientes del Mediterráneo y las materias primas que ofrecían los nativos del interior, predominantemente tartesos. Esta relación necesaria y conveniente permitió la vida en solitario de los habitantes fenicios de Cádiz y los griegos del Puerto de Menesteo. Esto es, al menos, lo que «suguieren las magníficas estructuras de su urbanismo y los materiales arqueológicos excavados, así como la existencia de una necrópolis amplia de túmulos, todavía no excavada.» (pág.53 del libro de Suárez, ob.cit.)
En aquella remota época no existían tantos puertos con la capacidad del este Puerto de Menesteo [«Los puertos que menciona Estrabón son el de Carteia «estación naval de los iberos» (3, 1, 7); Belo, puerto de embarque (…) al venir de África, posiblemente desde Tingis (Plut Sert. 12) en el año 80 a.C; y el puerto llamado Menesteo» (José María Blázquez: «Urbanismo y sociedad en Hispania», edic. Istmo, 1991, pág.31)]
Las relaciones entre Gadir y el Puerto de Menesteo trascendieron, como ha venido ocurriendo siempre, de lo comercial a lo sentimental. Los lazos de amistad entre familias fenicias y griegas fortalecieron el entendimiento en el terreno económico. Así, cuando los cartagineses comandados por Amilcar Barca llegaron a Cádiz con la intención de quedarse, se encontraron con la negativa de los tirios que ofrecieron una feroz resistencia. Merced a un invento de Pefameno, un carpintero fenicio, natural de Tiro, que andaba con el ejército cartaginés, «los muros de la ciudad de Cádiz quedaron esta vez asolados como los del castillo» (Manuel Ortiz de la Vega «Las glorias Nacionales» Impr. de L.Tasso, 1852, pág.120)
Este ataque no gustó a los del Puerto (me supongo que en aquella época como no vivían ni José María Morillo ni Luis Suárez -o tal vez, sí– no cabría debate entre si eran porteños o portuenses) que guardaron durante años rencor a los fenicios de Cartago. «A nadie pudo bien parecer la demasía que los cartagineses hicieron en Cádiz, tan sin razón y tan presto; mas entre todos los que principalmente lo miraron y sintieron, fueron los del Puerto de Santa María, que llamaban en aquellos tiempos de Menesteo» (Manuel Ortíz de la Vega, ob.cit. p.120)
Pronto surgió la chispa que desató la revuelta. El asunto fue por la adoración  que sentían los cartagineses conquistadores hacia Melkharte y la devoción de los griegos hacia Menes-theo. Después de serias prohibiciones, disputas y actos violentos, acordaron olvidar las diferencias y lo hicieron desfilando con ramas de olivo hasta llegar a la ribera «de cierto río que viene por allí, para se meter en el mar Océano, junto con el mesmo puerto, hicieron sus plegarias y sacrificios, y se perdonaron y pusieron en concordia, jurando que jamás alguno de ellos, así cartaginés como griego, ni menos español de los que por allí residían, tendrían memoria de las injurias pasadas, para que por ello se dañasen o hiciesen algún mal, en recordación de lo cual, los del puerto levantaron un mármol o pedrón sobre la ribera del mesmo río, que permaneció muchos años con letras griegas antiguas, esculpidas en él, que declaraban este negocio con toda su memoria. Poco después hicieron también allí cierta población arrabal del mesmo puerto, por el otro lado del agua que llamaron Amasia (actual ubicación de El Puerto de Santa María), según escribe Maestro Esteban Arnalte Barcelonés, en el prólogo del volúmen o libro, que trasladó de arábico en latín, de los relojes de sol, que en este mesmo lugar de Amasia.» «El río también donde se juraron aquellos conciertos fue llamado el río Lethes, que quiere decir en griego agua del olvido, hasta nuestros días, en que los naturales de la tierra por donde pasa le dicen Guadalete, conformándose con el habla de los alábares y moros africanos (…), porque Guidil en su habla o Guadal, según nosotros los españoles lo pronunciamos corruptamente, quiere decir río; así que Guadalete es tanto en aquella lengua, como el río de Lete o del olvido.» (p.122)

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Gitanos

©Álvaro Rendón Gómez, Febrero 2011

Una última hipótesis sitúa a la etnia gitana procedente del Kanauj, en Uttar Pradesh, India, por la semejanza del idioma romaní con el rom (palabra que designaría al ser humano) o rhom, similar al panyabí o hindi. O probablemente de la región del Punjab. Estos individuos pertenecerían a una casta inferior, rajput-jat, o un clan mayoritario jat o rajput, reclutados para luchar contra los musulmanes que pretendían invadir la India. El caso es que fueron derrotados por el sultán el 20 de diciembre de 1018:

«…la mayoría de ellos eran nobles, artistas y artesanos»[1]

Como consecuencia de esta derrota, familias enteras fueron vendidas en Ghazni, Kabul, Jorosán e Iraq. Aunque, según leyendas gitanas, llegaron a esos países como emigrantes y no como esclavos porque el sultán los obligó a elegir entre someterse a su poder, abrazando una religión que les era ajena, o emigrar hacia el oeste.
Otra teoría los hace originarios de Egipto. Egiptanos que emigraron a la India atravesando Asia Menor. De cualquier modo, no existen evidencias para asegurar que ocurriera así, porque los primeros documentos gitanos datan del siglo XV y XVI. En ellos se narra el mito de su procedencia egipcia. Leyendas que, unidas a la obsesión del egiptano por las pseudo-ciencias adivinatorias que practicaba para «ganarse la vida» entre los gachés, se convertirían con el tiempo en hechos con apariencia de realidad. Pero, a diferencia de la casta sacerdotal egipcia que ejercían el Tarot y la lectura de las líneas de la mano, el gitano no creía en ellas. Como tampoco creía en el mito de su ascendencia judía, como pueblo esclavo de Egipto, y toda esa retahíla de títulos orientales con las que se presentaban en las cortes occidentales, como nobles perseguidos por su condición no-musulmana, cuyo objetivo sería la obtención de cartas y salvoconductos de príncipes, reyes, incluso, del mismo papa.
El caso es que los gitanos actuales leen la Biblia y reconocen en ella muchas leyes y costumbres propias. Una de ellas es el culto al fuego purificador, la obsesión por la muerte como un pasaje definitivo al mundo espiritual, el Paraíso hebreo. Al igual que el noviazgo y la boda gitana, idéntico al que se hacía en el antiguo Israel. Entonces, como ahora, los padres tenían un papel esencial en la definición de la dote de la novia. Incluso cuando la mujer huye con su hombre sin que los padres hayan alcanzado un acuerdo, el clan gitano reconocerá a la pareja como casada automáticamente, debiendo pagar la familia del novio un resarcimiento a la de la novia, consistente en el doble de la dote normal. Este pago se denomina kepara, con idéntico significado al término hebreo kfar (Deuteronomio 22:28-29). Entre los hebreos, son normas obligadas la cortesía, el respeto y la hospitalidad; como entre los gitanos. Cuando se saludan, aunque sea la primera vez y no se conozcan, deben preguntar por la familia del otro, deseándole bien y bendición para todos los miembros.
Esta semejanza no es anecdótica, como las largas patillas del gitano que recordaría a la de los hebreos ortodoxos ashkenazim; o el uso del sombrero por el patriarca. Además, las lenguas índicas, como romaní o rhom, tendrían una raíz común con las lenguas hurríticas, de raíz sánscrita. Y, según la Biblia (2 Reyes 17:6), los horeos o hurritas de la Biblia ya habitaban en el Negev; los jebuseos y heveos, en Judea y Galilea; y los nord-israelitas, asirios, en Hala (o Hayur), Gozán. Lo que demostraría que la etnia gitana sería como una rama no-kosher, o impura, de la hebrea. ¿Sería este no-kosher el concepto gitano de marimé, las leyes que regulan las formas sociales y espirituales del romaní?
En cualquiera de los casos, todo lo gitano es mítico y legendario, como la palabra kalós o calés, que derivaría de la palabra kali (negro), sin ningún rasgo común con la diosa hindú Kali, de origen brahamánico. Religión que el gitano ni conocía ni practicaba. Sería más bien, una alusión velada a la virgen negra benedictina, de la que procedería Sara, una virgen negra de mucha devoción para el gitano. En ese mismo marco hebreo habría que encuadrar el flamenco, que muchos aseguran de origen sefardita, practicado por los judíos antes de ser expulsados de España, y luego heredado y desarrollado por los gitanos.

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[1] Citado en Kitab al-Yamini, Abu Nasr Al-‘Utbi; 961-1040

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¿Es negra la Virgen de los Milagros?

¿Es «negra» la Virgen de los Milagros, patrona del Puerto de Santa María?

© Álvaro Rendón Gómez, febrero 2011

«Soy Negra pero hermosa, ¡oh hijas de Jerusalén!,
como las tiendas de Quedar y como pabellones de Salomón»
Cantar de los cantares (Salomón 966 a.C.-926 a.C.)

La representación de la Virgen María a lo largo de estos dos mil años de cristianismo ha recibido diversos tratamientos. Así, hallamos imágenes de vírgenes con la tez blanca y vírgenes con la tez morena. Junto a estas, y en un período concreto de la Historia, aparecen figuras de vírgenes con la tez negra y rasgos negroides; figuraciones de un culto primitivo muy anterior al cristianismo, tal vez céltico o pre-céltico. En cualquiera de los casos, deidades femeninas antiguas de la fertilidad, como Isis, diosa-madre a la que invocaban las mujeres estériles; culto que derivó en ceremonias en honor de Cibeles, Deméter o Ceres, y que también se hallaban en la América precolombina, e incluso, en el África más profunda, ilustración 1. A este grupo se le designa genéricamente con el término de «negras» y nada tienen que ver con el color de su piel; sino que vienen a significar «lo negro», la ausencia absoluta de luz, lo primero que el ser humano graba en su memoria y que recuerda al útero materno, inicio nuestro de un viaje iniciático que es la vida terrena. Estas vírgenes negras, cristianización de las vírgenes paganas, recogerán la fuerza y poder de sus antecesoras. De ahí que la pregunta del título nos lleve a esta otra: ¿Por qué la Virgen de los Milagros no pertenece a este grupo, aún siendo morena?

Las Vírgenes Negras y los benedictinos
En el 529 d.C. Benito de Nursia funda el monasterio de Montecasino,  y en el 540 d.C. difunde la Santa Regla (regula monasteriorum), agrupando bajo una misma disciplina a hombres destinados a recuperar el cristianismo más activo, ilustración 2. Con estos monjes, dedicados a la oración y al trabajo, Benito pretende rescatar el saber clásico, contenido en ciertos textos griegos y latinos que aún se conservaban en ermitas abandonadas de Francia y el norte de España; en ocupar la jerarquía de la Iglesia por monjes cultos y austeros, desempeñados por príncipes segundones, bastardos y hombres toscos e incultos, que apenas puede memorizar el latín de una Misa. Con este objetivo, los benedictinos recuperaron ermitas mudéjares, transformadas en iglesias adscritas a un monasterio, y erigieron otros nuevos en enclaves con alguna significación espiritual: Lugares de reunión de sacerdotes y druidas celtas, o vórtices de energías sutiles desaprovechadas por el cristianismo autárquico y jactancioso. De este modo, donde había un monolito, una gruta, un lugar de peregrinación, o la mínima muestra de espiritualidad, levantaban un monasterio dedicado a la investigación.
¿Deseaban, también, romper esa extraña  maldición, como la de Sísifo, que condenaba a los seres humanos a no aprender nunca la lección y comenzar eternamente desde el origen?

Horror al año 1000
En cuatro siglos de callada labor, los benedictinos descubrieron algo que había estado presente en la Humanidad desde hacía milenios, la espiritualidad sin culto que se manifestaba en ritos, creencias y ceremonias ancestrales, considerados paganos. Era el mismo conocimiento que el cristianismo oficial aplicaba de modo simbólico en los cultos, y que, al mismo tiempo, condenaba con enérgica irracionalidad.
En el 999, desafortunada inversión del número 666, el número de la Bestia, la cristiandad se preparaba para el cataclismo definitivo: El fin de la Humanidad y los sucesos caóticos del Apocalipsis, incluyendo un Juicio Final con lluvia de fuego y azufre, llanto y desesperación. Los acontecimientos que se vivían no podían ser más nefastos: Terribles hambrunas desolaban la Tierra, mortales epidemias diezmaban a la población y el poder de los reyes y los papas sucumbían ante la expansión del Islam que ya ocupaba Tierra Santa, norte de África, Europa oriental y el sur de la Península Ibérica, amenazando con invadir el resto del Imperio Romano. ¿No era así como se produciría el Fin del Mundo?
La gente corriente creía que dios castigaba a la Humanidad por un pecado colectivo que pocos se atrevían a pronunciar y buscó el perdón en el ayuno, la abstinencia y las flagelaciones públicas. Los cristianos purgaban su ignorancia con más ignorancia, los campos quedaron baldíos y los seres humanos, abandonados a su propio destino, miraron temerosos al cielo para ver aparecer entre las negras nubes del desastre el dedo divino que señalaba el destino marcado por el clero vaticinador. Las iglesias se llenaron de pecadores y el clero no daba abasto a tanta confesión y comunión, a tanto arrebato ignorante… Pero, ¡cómo podía ser que dios volviera a castigar a los míseros y humildes…! ¿Acaso no había enviado a su Hijo para redimirlos del pecado original? Si el perdón había llegado a través de la muerte y resurrección de Jesucristo, ¿a qué castigar a una Humanidad ya perdonada? ¿Dios-Padre seguía apenado por la desobediencia de Adán y Eva, o se trataba de otro pecado del que nadie tenía consciencia? ¿Debían esperar, esta vez, la llegada del Padre?

¡Y llegó el año 1000!
El peligro de invasión sarracena no cesó, sino que continuó al año siguiente, y al otro, y muchos años después… Resultaba evidente que no sucedería nada de lo anunciado por el clero. ¿Dios volvía a contradecirse o, de nuevo, los hombres tonsurados habían metido la pata prediciendo sucesos sobre el Fin del Mundo sólo conocidos por el Padre –y, desde hace dos siglos, por algunos Santos de los Últimos Días–?
Ante la debacle que se preveía, la jerarquía eclesiástica reaccionó con imaginación, difundiendo un nuevo mensaje: Dios se había apiadado de la Humanidad, había oído las súplicas y aceptado las terribles penitencias. Unos acataron con resignación; otros, en cambio, pensaron que todo había sido un invento del clero para ganar feligreses y limosnas. Para los benedictinos, el cataclismo era la oportunidad que esperaban para propugnar el cambio radical que, por otro lado, únicamente ellos estaban preparados para liderar. Primero, se transformaron en cluniacenses al fusionarse con los columbanos, para luego evolucionar en el Císter de Bernardo de Claraval, ilustración 3, difundiendo el concepto de dios bondadoso, promesa de resurrección y felicidad eterna, que muere en un acto supremo de amor, simbolizado en el arco ojival de las catedrales góticas; y desterrando la idea de dios terrible, colérico y castigador, sólo accesible a través de la penitencia y del dolor físico, que simbolizaba el arco de medio punto del viejo estilo románico. Este nuevo conocimiento se transmitió a través de las hermandades gremiales, reunidas y potenciadas en torno a las construcciones de grandes Catedrales, promovida por los monjes; se descubrieron los huesos del apóstol Santiago el Mayor, y se fomentaron las peregrinaciones masivas a Roma y Jerusalén divulgando todo lo gestado en los monasterios.

¿Qué secreto encierran las Vírgenes Negras?
Estas vírgenes que se visten de negro y se veneran en cuevas [Montserrat, Rocamadour], criptas [Chartres, Guincamp Mont-Saint-Michel], y capillas oscuras [como Manosque, Aurillac] representan la «luz en la noche», el secreto de un saber ancestral de carácter iniciático, simbolizado en las diosas de la fecundidad y de la regeneración, que los benedictinos plasmaron en ciertos rasgos de las Vírgenes Negras.
Este secreto es un conocimiento esotérico e iniciático. Como Platón afirmaba hace veintitrés siglos, la vida terrena es caída y castigo, y el alma habita la sepultura del cuerpo. De ahí que, antes de recibir la disciplina educativa de la encarnación, el elemento espiritual –o noético–duerme. La semilla-alma debe pudrirse en el cuerpo-tierra para germinar y dar frutos. Esta sabiduría está presente también en filósofos orientales, como Vyasa, Jaimini, Kapila, Vrihaspati y Sumantu, porque «más allá de las existencias finitas y causas secundarias de las leyes, ideas y principios, hay una Inteligencia o Mente (el Espíritu o Nous), Principio de los principios; Idea Suprema en que se apoyan las demás ideas; Monarca y legislador del Universo; Substancia primordial de la que proceden todas las cosas y a la que deben su existencia; Causa primera y eficiente de todo orden, armonía, belleza, excelencia y bondad, a la que llamamos el Supremo Bien o Dios.» (Blavatsky, H. P.: «La Doctrina Secreta», t.4, p.211)

El verdadero retrato de la virgen María
El nombre de María de Nazaret, madre de Jesús, es una helenización de Mariám, y deriva de una transposición al arameo del nombre de Miryam, hermana de Moisés y Aarón. La virgen María es hija de Joaquín y Ana, según el protoevangelio de Santiago. Es, por ello, palestina, de raza semita: Tez morena, complexión media, anchas caderas. Debió ser hermosa e inteligente, de esmerada educación y temerosa de Yahvé, el dios judío de la zarza ardiente y las tablas de la Ley.
Aunque el aspecto real de su rostro sigue siendo una incógnita, existen leyendas piadosas que explican la manera milagrosa en que se llegó a conocer. Una de estas leyendas aseguraba que su imagen quedó impresa sobre una columna de Lida, Palestina, en la que se apoyó. Otra, la que narra Nicéforo, en el s. IX, que la virgen María tendría talla media, rostro alargado, cabellos rubios y dedos finos; que, posteriormente, confirmó san Anselmo de Canterbury, en el s. XI. Sin embargo, la que parece más veraz es la difundida por el dominico Jacobo de la Vorágine, que aseguraba que fue el evangelista san Lucas, dotado para la escritura y la pintura, quien confeccionó el único retrato de la Virgen. Para ello, siguió el modelo de sus numerosas apariciones. Este retrato estuvo en poder de la emperatriz Eudoxia, esposa de Teodosio II (405-450 d.C.), quien habría realizado copias. Una de ellas la envió a su cuñada Pulqueria que mandó edificar la iglesia de Hodigitria sólo para rendirle culto. Con la conquista y ocupación de Constantinopla por los turcos, en el 1453, el retrato en poder de la emperatriz desapareció; aunque siguieron circulando sus numerosas copias. Una de ellas (del siglo XI d.C.) se conservó en la iglesia de santa María de Aracoeli, en Roma. No obstante, su deterioro y oscuridad es tal que no permite reconocer imagen alguna, ilustración 4.

Características de las Vírgenes Negras
Las Vírgenes Negras conservan rasgos comunes, singularidades que las convierten en grupo. Por ellas se podrá reconocer cuándo es negra una virgen morena. La primera característica es su color negro, aunque sus rasgos sean blancos: Naríz recta y labios delgados. Han de estar talladas en maderas nobles de árboles alcanzados por un rayo. Suelen adoptar actitud hierática, en solemne majestuosidad; es decir, sentadas en su mayoría, con el cuerpo y las piernas verticales. En su regazo, sobre la rodilla izquierda, o en el centro, la figura del Niño, sostenido por la madre. Uno de ellos sostiene una esfera que representa al sol. A los pies de la talla, una Luna en cuarto menguante con las puntas señalando la tierra; en realidad, señala el vórtice de energías telúricas de ese lugar (donde dos wouyvres o serpientes celtas, se cruzaban). Primitivamente son Isis y su hijo, el dios Horus. Su aparente tosquedad le da un aspecto orientalizante, más acusado en la Madre que en el Hijo. En la mayoría de los casos, carece de policromía, la madera pulida y barnizada; cuando se policroma se utiliza blanco, rojo y azul, a veces negro o verde. Las más populares se han dorado recientemente. Finalmente, sus dimensiones han de ser constantes y responder a un escala proporcional 7:3. En su etapa inicial fueron de 70 x 30 x 30; en época tardía, la medida mayor es de un metro, ilustración 5.

Otras características secundarias serían sus lugares de emplazamiento, siempre de gran tradición espiritual, enclaves naturales donde primitivamente estaban dedicados a la Gran Madre; o están en rutas de antiguas peregrinaciones, como el Camino de Santiago, denominado Vía Láctea o Compostela (campo de estrellas), por estar plagado de estrellas (enclaves con marcado carácter espiritual, señaladas ermitas donde se veneraba una Virgen Negra).

Hablemos, ahora, de la Virgen de los Milagros
Por tradición, primero, sabemos que nuestra Patrona, la Virgen de los Milagros, se apareció al rey Alfonso X (narrada en la Cantiga 368) durante la batalla de Jerez, en 1231. Esta cabalgada tenía por objeto la reconquista de la villa de Alcanate, nombre árabe de El Puerto, en poder del emir Ibn Hud. Para el Profesor Manuel González Jiménez, en 1253 ya había un asentamiento importante de castellanos en El Puerto, los mismos que ayudaron a huir al Infante Don Enrique. Días antes de morir, ocurrida en abril de 1284, el rey Alfonso X otorga favor de ampliar el término territorial de la villa hasta la ermita de Sidueña. Que ciertamente ocurriera durante la batalla de Jerez está por demostrar. Es muy probable que la aparición de la Virgen no se refiriera a un hecho milagroso (aunque se narre así), sino al descubrimiento de la talla de una virgen sedente que fuera ocultada en 1146 por los mozárabes que abandonaron la ciudad  a la llegada de los almohades. Antes de huir, como documenta Simonet, escondieron imágenes y objetos de culto. Esta fecha  coincide con la datación de 1169 según la técnica del carbono 14 de la imagen de Nuestra Señora de España, y que explica Javier M. de Lucas Almeida, restaurador y conservador del Museo Municipal del Puerto de Santa María, en un magnífico trabajo titulado: «Nuevas aportaciones al estudio de Nuestra Señora de España», ilustración 6.
Por otro lado, en el archivo ducal de Medinaceli, fechado en 1561, se cita el traslado desde el Castillo de una imagen de Santa María del Puerto, «por otro nombre Nuestra Señora de los Milagros» a la capilla de la Iglesia Mayor Prioral, siendo sustituida en el Castillo por una buena imagen de Santa María, que conocemos por un «compendio historial de sus antigüedades», de Anselmo J. Ruiz de Cortázar, en clara referencia al Puerto de Santa María, que recogería los datos aportados por numerosos protocolos de testamentos redactados por Hernando de Carmona en el siglo XV.

Desde aquel histórico traslado, se le rinde culto ininterrumpido en la Iglesia Mayor y, a partir del siglo XVII en su capilla, construida en la cabecera de la nave del Evangelio. El Cardenal Almaraz la coronó canónicamente el 8 de septiembre de 1916, el día de su festividad, ilustración 7

La polémica sobre Sidueña
Entre los entendidos de El Puerto se da una polémica sobre si la Virgen de los Milagros es Nuestra Señora de España o Nuestra Señora de Sidueña, que conllevaría despejar la duda sobre cuál de las dos imágenes de la Virgen es más antigua, y, por consiguiente, designar cuál de ellas es la que el rey Alfonso X encuentra en el Castillo. La solución debería estar en la interpretación que se dé al traslado que se ha mencionado antes, y en la «buena copia» que se deja en el Castillo. Para algunos, en lugar de aclarar la cuestión, la complica; porque el documento dice que para el traslado se hace una copia de la existente, ¿no existían dos imágenes, la aún no «morena», o Santa María del Puerto existente en el Castillo, y la «blanca» o Santa María de España, en la ermita de Sidueña donde aún se conservaba el culto cuando se produjo la copia –el abandono se producirá con posterioridad, en 1577, según Sebastián Cobarrubias, en su «Tesoro de la Lengua Castellana», publicado en 1611– Por tanto, ¿de cuál de las dos vírgenes existentes en la ciudad se hace copia y qué se hizo con el original copiado?

Ambas imágenes debieron ser muy parecidas porque el profesor Francisco González Luque, se refiera a esta Virgen-copia de Santa María del Puerto como «modelo iconográfico de Virgen Majestad, sedente y entronizada, con el Niño Jesús en disposición lateral respecto a su madre»; obviamente, una imagen que cumple las características de una «virgen negra», antes de ser amputada, como narraremos después.

Por otro lado, en el informe previo a la restauración de la Virgen de los Milagros, acaecida en 1979, el profesor Francisco Arquillo extrae la conclusión de que la imagen «es negra desde mediados del siglo XIV.» Según parece, la moda de dar color negro a las vírgenes viene de ese retrato bizantino que la tradición adjudicó a san Lucas.

En cuanto a las salvajes amputaciones sufridas por la imagen de la Virgen de los Milagros, ocurridas en 1671, añadir que de la imagen cortada sólo se dejó la cabeza y poco más; que, después, se le adaptó un trozo informe de otra escultura, posiblemente del siglo XVI, que le sirviera de soporte, y, finalmente, revistieron el conjunto con una coraza y unos brazos articulados de plata. Estos sostienen unas manos de otra imagen cuya procedencia se desconoce, con encarnadura negra y rico faldón de orfebrería, también de plata, que donan «Don Juan Francisco y Doña Catalina, Duques de Segorbe y de Medinaceli, Esclavos de Nuestra Señora». En los bajos de este faldón metálico, figura grabado el escudo de la Casa Ducal, trazado por un orfebre portuense, como ha localizado la Profesora Dolores Barroso. La ilustración 8 muestra la faz de la imagen sin los arropes barrocos que luce habitualmente. El autor de la fotografía es el célebre historiador jesuita Padre Fidel Fita (1831-1918), hecha a finales del siglo XIX. Como puede observarse, la Virgen de los Milagros ostenta la coraza y los brazos de plata. Se le ha quitado para la foto el faldón de plata regalo de los Duques de Medinaceli.

Conclusión
La ilustración 9 muestra el perfil de la Virgen de Los Milagros: Nariz recta y labios finos. Facciones de una mujer de raza blanca en una actitud serena y reposada. Sólo es negro el barniz con el que han patinado la talla. La madera en la que está tallada es de alerce de Centroeuropa, un ciprés oriundo de la Patagonia. Es una madera rojiza, dura y rica en resinas; aunque no lo suficiente como para haber evitado su deterioro. Las radiografías practicadas, aportan nuevos datos sobre los salvajes apaños y mutilaciones que ha sufrido la reliquia. Al truncamiento del cuerpo, deben añadirse los clavos para cerrar una profunda grieta que recorre el rostro, y el rebaje mediante gubia y escofina de la parte superior de la cabeza (como lo haría un carpintero de ribera), a la altura del pelo, y que alcanza a la mitad del frontal y el occipital, ilustración 9.

Si como todo indica, Nuestra Señora de los Milagros era una Virgen sedente, en hiératica majestad, la amputación del cuerpo principal de la talla nos privó de conocer si los rasgos de la Virgen estaban más acusados que los del niño que, probablemente, llevaría sentado en la rodilla derecha; si el color del vestuario original era blanco, rojo y azul, o negro y verde. Si su copia es la que se designa como Nuestra Señora de Sidueña, no parece que responda a esta singular clasificación. Además, sus dimensiones, si medimos «su presunta copia», es de «una vara castellana» (83’59 cm); para Juan de Ledesma, que la vio en 1633 (o sea, antes de la amputación) con telas y brocados, da la medida de 7,15 cm para la peana. Es decir, no es negra; morena y, me atrevería a decir, muy hermosa.

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A propósito de al-Ándalus

(1) Etimología de al-Ándalus

© Álvaro Rendón Gómez, Enero 2011

Aunque se empleó el término Spania para designar a la península ibérica, debido al bilingüismo oficial en los territorios ocupados por el poder musulmán entre el 711 hasta el 1492, circuló el término al-ándalus para designar aquella amplia región al sur.
Existen diversas teorías etimológicas del término. Los berebér llamaban vándalos a los habitantes de la peninsula; en realidad, el pueblo germánico que la gobernó antes de la dominación musulmana. De la expresión “u-andalos” -los vándalos–, se llegó a al-ándalos y su derivación al latín al-andalus. La tesis de que deriva de “landa-hlauts», el nombre godo de la antigua Bética no está respaldada por la comunidad científica –etimólogos e historiadores–. Finalmente, podría derivar de la alocución “Jazirat al-Andalus» –isla del  Atlántico, pronunciado como al-lántico que latinizaría como al-lánticus y, posteriormente, al-ándicus–. 
Tras la batalla del Guadalete (en las marismas entre Medina Sidonia y El Puerto de Santa María), donde muere el rey visigodo don Rodrigo, la conquista de una península dividida fue rápida; a lo que siguió su independencia del Califato de Damasco. Córdoba pasó de ser un emirato a ser capital de un reino de Taifa, pasando por el califato. La guerra entre las diversas tendencias religiosas y políticas debilitó el poder musulmán, convirtiéndolos en tributarios del poder castellano-aragonés que emprenden una reconquista. Esta culmina en 1492, con la entrada en Granada. Lo que vino después, es historia.»